Brasil, un país que ha sido la gran esperanza democrática de América Latina y también económica por sus enormes riquezas naturales, se encamina hacia una grave crisis política que puede retrotraer a aquel enorme país a un pasado de infausta memoria. El ruido de sables que se ha oído en los últimos días debería ser una señal de alarma. La polarización social en manifestaciones multitudinarias a favor y en contra del expresidente Luiz Inacio Lula da Silva demuestran una fractura profundísima en una sociedad que había depositado en aquel político, y por dos veces, su confianza ganada a pulso desde sus tiempos de obrero metalúrgico y sindicalista. Aún es el candidato que reúne mayores consensos para las elecciones de octubre. Su entrada en prisión decidida con un estrecho margen por el Tribunal Supremo Federal por una condena por corrupción en uno de los flecos del caso Lava Jato, un escándalo que abarca varios países suramericanos, es vista como una revancha de las élites. Con una criminalidad en aumento y el Ejército haciendo labores policiales en Río de Janeiro, con un gobierno muy débil, una corrupción generalizada, con un frenazo económico y una limitada capitalización de los JJOO del 2016, las circunstancias parecen propicias para una asonada, civil o militar, que hay que evitar a toda costa.