La celebración de la fiesta nacional de España nos sirve para reflexionar sobre el sentido con el que vivimos este día. Debiera ser una consecuencia natural y un motivo de satisfacción de quienes se sienten herederos de un pasado común, artífices de un presente colectivo, comprometidos con un proyecto de futuro. España no son unos miles de kilómetros cuadrados en los que mal coexistimos o nos soportamos. España no es sola una marca ni un puñado de símbolos, ni el gol de Iniesta, ni todos esos estereotipos con los que muchos se alimentan. Es la suma de siglos de historia, de azañas y reivindicaciones, guerras y sufrimientos, generosidades y desdenes. Es la suma de sus gentes y sus desvelos, de sus valores y su cultura, rica y plural.

En EEUU en la fiesta nacional celebran su declaración de independencia, en Francia la caída del absolutismo, en Italia la liberación del fascismo y en Portugal la muerte del escritor Camóes. Me pregunto por qué no es una jornada sentida y querida como admiramos que ocurre en otros países. Tan cainitas somos los españoles que ni en esto nos ponemos de acuerdo. Unos dicen porque España es una realidad cuestionada y cuestionable en que hubiese sido mejor referenciar el día nacional a la Constitución como marco de convivencia donde caben todos. Otros señalan que a veces estamos tan centrados en las 17 periferias que se pierde la idea del conjunto. Otros manifiestan el devenir errático de esta jornada proclamada fiesta nacional hace justo ahora una centuria para conmemorar, primero, el día de la raza hasta que en 1958 pasa a ser el día de la Hispanidad. Y desde 1987 se convierte en la fiesta nacional oficial. Algunos indican que se la vincula demasiado a las Fuerzas Armadas, o a la Guardia Civil que celebra a su patrona, la Virgen del Pilar. El texto legal de 1987 que fija este día como fiesta nacional señala que tiene como finalidad recordar solemnemente momentos de la historia colectiva que forman parte del patrimonio histórico, cultural y social común, asumido como tal por la gran mayoría de los ciudadanos. Sin menoscabo de la diversidad, señala el texto legal, este día simboliza la efemérides histórica en la que España, a punto de concluir un proceso de construcción del Estado a partir de nuestra pluralidad cultural y política, y la integración de los Reinos de España en una misma Monarquía, inicia un período de proyección lingüística y cultural más allá de los límites europeos. Es verdad que el tema de las identidades no resulta fácil en un mundo plural y global, pero sí convendrán en que tenemos unas raíces comunes que conforman una realidad más o menos colectiva. En cualquier caso, y mientras esta sea nuestra fiesta nacional, deberíamos de cerrar filas y sentirnos orgullosos no solo del país que tenemos, sino de sus símbolos y de los valores humanos y democráticos de convivencia que el mismo representa y de todo lo bueno que hemos aportado en 500 años de historia. Y todos los partidos, entidades e instituciones deberían liderar ese respeto, no solo al pasado, sino al barco común en el que todos navegamos.

* Abogado y mediador