El dúo existe mucho antes de que cantantes en retroceso quisieran engancharse a la estela de estrellas incipientes. Puestos a ponernos trascendentes, esta bipolaridad es tan antigua como el yin el yan; Caín y Abel; o el Hermano Sol y la Hermana Luna. La lista podría ser interminable, y cada uno su particular predilección a la hora de enervar esa mezcla de compañerismo y de pugna larvada. El canon nunca evita las luchas intestinas entre César y Pompeyo, como todos los discípulos de los Cuatro de Liverpool siempre perfilan sus querencias entre Lennon y McCartney. Uno tiene sus dúos recurrentes, marcados por una sutil insolencia. El primero, de carácter mítico, enlaza a Gilgamesh con el monstruo Endikú, el par en el que el soberbio rey creyó encontrar a un igual. Y otra con tintes espirituales, la que ata a Enrique II Plantagenet con Thomas Becket, la amistad quebrada entre el rey y el obispo, la expiación del monarca por mandar asesinar a la encarnación de su conciencia; el desquite del docto mártir al consagrarse su olor a santidad.

Acaba de corroborarse otro dúo a la insigne colección. Y lo hace como un anticipo de la última temporada de los Siete Reinos, a la que nuestros protagonistas son acérrimos; ellos que se declaran sacramentalmente republicanos. La eclosión de Iglesias y Errejón apuntaba a una revisión del diunviro de Suresnes, el horizonte final de unos brazos mutuamente alzados en el balcón de la victoria, como si pudiesen suplantar aquel octubre del 82, tan mítico para el socialismo español. Guerra y González, donceles de la Transición, pegaron el sorpasso con instrumentos de la vieja escuela. Sin embargo, los Novísimos de Vistalegre están impregnados del frenético vértigo de la virtualidad, como si bastase un pantallazo para la defenestración del camarada. De alguna manera es el estigma de esta lúcida puerilidad que embarga este principio de siglo, pues los Cinco Fundadores del Círculo Morado más bien parecen Los Cinco de Enyd Blyton, con Errejón eternamente condenado a camearse de Peter Pan.

Iglesias y Errejón llegaron con la primavera de la Puerta del Sol, dispuestos a orear un Estado apulgarado por la crisis y por la corrupción. Realmente solo catan un poder municipal, como apóstoles de otro venidero 14 de abril. Pero ¡vaya municipios!, con ese rompeolas madrileño que para los disidentes es un rompepiernas. Errejón quiso troquelar a Peter Pan por Caperucita, para concurrir en mayo bajo las siglas de la abuelita. Mientras, Pablo Iglesias blindaba otra pareja más convencional, arrastrada por el buñuelismo del discreto encanto de la burguesía, el plebiscito para morar en una vivienda dignísima, llevando a sus refrendatarios a la cerril obediencia de los hermanos Dalton. Posiblemente, si hay una militancia coherente en la segunda mitad del siglo pasado fue la del partido comunista. Pero aquellos supervivientes a los que aún se les requiebra el alma con los compases de la Internacional, puede que se muerdan los labios para no imputar a esos imberbes manirrotos el desastre de tanta capilaridad; siglas que se tramutan como las mil formas del Frente Popular de Judea de los geniales Monty Python. Y ya saben la socorrida y mendaz máxima: de victoria en victoria, hasta la derrota final.

Ante este trance, difícil es librarse de topicazos, como el de la izquierda cainita. Bien pensado, para que sea cainita siempre hay que montar otro dúo. Y, con mis debidos respetos, ¿qué coño hace Abel?

* Abogado