En este año, marcado por los sufrimientos y desafíos causados ​​por la pandemia del covid-19, el camino misionero de toda la Iglesia continúa a la luz de la palabra que encontramos en el relato de la vocación del profeta Isaías: «Aquí estoy, mándame» (Is 6,8). Es la respuesta siempre nueva a la pregunta del Señor: « ¿A quién enviaré?» (ibíd.). Esta llamada interpela tanto a la Iglesia como a la humanidad en la actual crisis mundial.A igual que a los discípulos del Evangelio, nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa. Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles desorientados y atemorizados pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, necesitados de confortarnos mutuamente. En esta barca, estamos todos y descubrimos que no podemos seguir cada uno por nuestra cuenta, sino sólo juntos El dolor y la muerte nos hacen experimentar nuestra fragilidad humana pero al mismo tiempo todos somos conscientes de que compartimos un fuerte deseo de vida y de liberación del mal.

Quizás nos olvidamos que, como siempre en las crisis se ven afectados los más débiles. Un ejemplo sería el daño más elevado que sufren los países en vías de desarrollo donde los recursos para afrontar esta crisis son minoritarios, hospitales, mascarillas, control de enfermos, gel, alimentos, agua no contaminada etc., y la única ventaja que poseen es la desgracia de que han pasado muchas pandemias y las admiten con resignación. Colapsarán sus economías y aumentarán las desigualdades, rompiendo los pocos avances que tenían, con repercusiones sociales y políticas.

Es por lo que el próximo domingo 18, el día del domund, se intenta alentar la solidaridad global, aun dentro de la Iglesia se piden que los enviados sean como profetas. En este contexto, la llamada a la misión, la invitación a salir de nosotros mismos por amor de Dios y del prójimo se presenta como una oportunidad para compartir, servir e interceder. El profeta es un indignado, su lucha es por el derecho y por la justicia, especialmente en favor de los pobres, los débiles y las viudas, contra los explotadores, contra el lujo de los palacios reales. Sienten una llamada dentro de sí, interpretada en el código bíblico como una misión divina. Amós, que era un simple vaquero, Miqueas, un pequeño colono, y Oseas, casado con una prostituta, dejan sus quehaceres y van al patio del templo o delante del palacio real para hacer sus denuncias, y después anuncian una esperanza, un mundo nuevo y mejor. Lógicamente desagradan a los poderosos, a los reyes e incluso al pueblo. Se les llama “perturbadores del orden”, “conspiradores contra la corte o el rey”. Por eso los profetas son perseguidos, como Jeremías, que fue torturado y encarcelado; otros fueron asesinados. Pocos profetas murieron de viejos, pero nadie les hizo callar. Animo desde Diario Córdoba a quienes se encuentran en la vanguardia de la solidaridad, misioneros y laicos, y las OMP, que no desfallezcan.