Dos estadísticas difundidas esta semana suponen una seria alerta para la sociedad española y muy especialmente para la cordobesa, donde las cifras negativas se acentúan. Las dos son del Instituto Nacional de Estadística (INE). La primera, referida al movimiento natural de la población, refleja una caída de los nacimientos, que en el primer semestre de este año registraron la cifra más baja desde la postguerra y un incremento de las muertes, con lo que el crecimiento vegetativo en España es negativo (-46.590 personas). En Córdoba, entre enero y junio nacieron 2.980 niños (-5,7%) y hubo 4.288 decesos (+5,6%), así que en la provincia hay un 70% más de fallecimientos que de natalicios. La segunda estadística aporta las cifras de población, también a 1 de julio, y señala que Córdoba ha perdido 2.007 habitantes solo en un semestre. La provincia tiene 784.517 habitantes, casi 4.000 menos que hace cinco años. De esos residentes 30.868 son extranjeros, con un saldo migratorio positivo por la mínima (71 personas) entre los cordobeses que se marchan y los extranjeros que llegan. Y un detalle clave: estas cifras no incluyen a los cientos (o miles) de jóvenes desplazados a otras provincias o al extranjero que siguen empadronados en sus domicilios familiares.

Los datos no llegan por sorpresa. Desde hace seis años, Córdoba pierde población. Y desde hace varias décadas la natalidad ha ido cayendo, con más intensidad en Córdoba que en la media española, dando como resultado una población cada vez más envejecida. La situación es altamente preocupante, pues dibuja un futuro que se ve comprometido por la ausencia de savia joven en nuestra sociedad. Es un problema global, que atañe tanto al futuro de las pensiones como al sistema de protección social --las necesidades de atención a la dependencia van a multiplicarse--, a la capacidad de emprendimiento, a la fuga de los profesionales mejor preparados y, en resumen, a las expectativas de futuro. Y es un problema global para España que no se resuelve solo con incentivos a la natalidad: requiere cambios profundos en el sistema productivo y en la organización de muchos parámetros cotidianos, desde horarios hasta sistema educativo, jornadas laborales o ayudas a las familias, pues la mitad de las españolas declara tener menos hijos de lo que desearía por razones económicas y laborales. Y habrá que contar con la población inmigrante, que es la que impide que las cifras se derrumben más todavía, pero que solo acude a territorios de cierta prosperidad.

La situación interpela especialmente a Córdoba y a sus instituciones y agentes socioeconómicos. Una ciudad y una provincia sin horizontes no retiene a sus vecinos ni atrae inmigración. Nuestra hermosa provincia se acerca a una decadencia de la que muchas voces vienen avisando --y otras muchas interpretan que ya está instalada en ella--sin que haya una respuesta. ¿Cuándo vamos a reaccionar?