Exteriorizo esta reflexión a raíz de la primera vez que habló en público la princesa Leonor. Era, también, la primera vez que la mayoría de los españoles oíamos su timbre de voz y su vocalización. Ambas cualidades de su personalidad son muy agradables. No es una nimiedad apuntarlas si se tiene en cuenta que la futura reina de España tendrá que hablar muchas veces en actos institucionales. Su abuelo, el Rey Emérito don Juan Carlos, vocalizaba con dificultad. Felipe VI sí lo hace muy bien pero en cambio su timbre de voz no lo es tanto. La princesa Leonor, que está siendo educada con esmero incluida su manera de expresarse, tiene un don innato que para su edad es muy positivo. Me refiero a su temple y seguridad al hablar ante un público muy especial. Dio la impresión de que se dirigía a sus compañeras de clase para exponer un tema propuesto por el profesor. Aleccionada, supo mirar al auditorio no como algunos adultos conferenciantes que apenas despegan la vista del papel. Al hablar en público --conferencias, charlas, pregones-- donde se suele leer un texto, hay que llevarlo escrito con letras mayúsculas y muchos párrafos. Se evita mirar al público por miedo a perderse al volver al texto con minúsculas. Otro error que cometen los que previamente han publicado densos artículos, es repetirlos casi igual ante el público. Lo que es para leer no es para decirlo. El embajador Guido Brunner en una conferencia sin mirar un papel --vaya memoria-- sobre la caída del Muro dijo que «era de cartón piedra como un decorado teatral. La propaganda de dentro y fuera escondía tras el Muro la realidad».

* Periodista