«Venecia, el turismo como problema, la cultura como solución», rezaba no hace mucho el titular de uno de los periódicos de referencia de este país, que dibujaba una ciudad invadida por hordas de gente (600 turistas diarios por cada veneciano), víctima cruel del cambio climático y objeto de una especulación salvaje que empieza a transformar por completo su paisaje histórico. En los últimos cuarenta años cien mil de sus habitantes la han abandonado en beneficio del gigante chino -que se ha hecho con cerca del 15% de los inmuebles-, de grandes fortunas que compran palacios y casas de lujo para habitarlos una semana al año, y de un turismo que adopta su expresión más agresiva en colosales cruceros capaces de desafiar a la física y también a la lógica. Como consecuencia, esta maravilla de la creación humana, poco menos que in articulo mortis, está perdiendo entre estertores su carácter y su tejido social, y se convierte día a día, de forma acelerada, en un decorado de cartón piedra al servicio de la literatura, el cine, la bisutería, la comida basura, los pisos turísticos, las ocupaciones foráneas y las visitas rápidas y superficiales, sin alma. Y cuando un casco monumental que ha tardado en conformarse cientos o miles de años se despuebla, sufre una solución de continuidad realmente traumática que tal vez la ciudad acabe incorporando de forma orgánica en su devenir futuro, pero que provocará una brecha enorme en su evolución natural y quedará reflejada en su ADN como una de esas cicatrices terribles que cruzan un abdomen y lo desnaturalizan para siempre convirtiéndolo en otra cosa. «Gentrificación; agresiones de todo tipo al acervo patrimonial de nuestro centro histórico; reconversión salvaje de inmuebles hacia el sector hotelero; turismo desaforado de borrachera; monopolio del entretenimiento como principal, o mejor única, oferta cultural; multiplicación irracional de los pisos turísticos; ausencia de perspectivas de futuro y de planes estratégicos; visiones políticas cortoplacistas; focalización excesiva en la hostelería como única --aparente-- industria de capaz de tirar del empleo, aunque sea de mala calidad; incapacidad para aprovechar nuestra condición de nudo logístico y de comunicaciones; cortedad de miras a la hora de enfrentar de verdad los problemas; escasa educación cívica, que repercute en múltiples aspectos negativos de la ciudad..., son algunos de los aspectos que hacen perfectamente extrapolable a Córdoba el proceso de descomposición y muerte acelerada que desde el punto de vista de su más genuino espíritu está sufriendo la Perla del Adriático. Nosotros no tenemos canales, pero ahí está el Guadalquivir y lo mucho que nos ha aportado durante cinco mil años como principal vía de comunicación y salida al Atlántico. Pocas ciudades pueden presumir de lo que debería hacerlo sin complejos Córdoba. El problema, por tanto, está en su gestión, en la incapacidad para dar con un modelo integral de ciudad que apueste por sus activos más definitorios sin ignorar ni maltratar el enorme legado cultural que atesoramos --faro y guía privilegiado--, y nos conduzca sabiamente por las procelosas aguas de estos tiempos inciertos sin caer en los errores de otros, porque hacerlo sería de tontos. Para ello, bastaría estar ojo avizor, mirar con ojo crítico los males que aquejan a otras urbes de nuestro mismo tipo y aprender de las medidas que allí se toman para revertir un proceso de perfiles bien definidos que amenaza con devorarlas vivas. No se trata de una reflexión al uso; tampoco de ver fantasmas. Simplemente, de sumar dos y dos. Por ejemplo, ¿cuánto tardará en explotar la burbuja del alquiler turístico? Cuando eso ocurra, el mercado del alquiler (incluido el convencional) reventará, y quienes han invertido en pisos o apartamentos con tal fin tendrán que tirar los precios hasta extremos nunca vistos. Es la vieja fábula de la gallina de los huevos de oro; o del ser humano que, en su torpeza, tropieza una y otra vez con la misma piedra. «La idea de la ciudad como fuente de inspiración no supera hoy un macabro síntoma de expiración...; es la muerte de Venecia...; dejar de ser una verdadera ciudad hecha de habitantes y convertirse en un parque temático», dice M. Secchi en el reportaje de referencia, en el que avisa de manera reiterada sobre la posibilidad de que en un plazo de tiempo corto pueda peligrar la declaración de Venecia como Patrimonio de la Humanidad. Un grito desgarrador de ecos universales que debería llevar a las autoridades de todo el mundo a tomar cartas en el asunto. Y a las nuestras a replantearse con objetividad y realismo hacia dónde camina Córdoba. Los refranes son un hermoso milagro de síntesis del saber popular de siglos. Pues bien, cuando las barbas de tu vecino veas cortar, pon las tuyas a remojar por si acaso. O, dicho de otra manera: más claro, agua.

* Catedrático de Arqueología de la UCO