Me ilusiona este gobierno y espero que se le conceda tiempo. Espero también que lo empleen en releer lo que escriben. Soy profesor y me dedico a corregir, pero es obvio para cualquiera que la carta dirigida a los ministros no está bien escrita. Hay en ella mucho de lo peor del lenguaje político: es descuidada en las formas (tiene un arbitrario uso de las mayúsculas); peca de una retórica grandilocuente y vaga («no hay nada más progresista que» es un atrevido aserto que aparece tres veces seguidas en la misma enumeración); y comete la torpeza, o acaso la grosería, de señalar con negrita lo que considera de verdad importante (como si las ministras y ministros, a quienes se ha seleccionado de entre la élite intelectual del país, necesitaran que se les apuntara a qué prestar atención). Se entiende lo que quiere decir, pero no lo dice ni con la cohesión ni con la coherencia ni con el estilo que uno espera de la Presidencia del gobierno. Pedro Sánchez y sus asesores debieran cuidar el aspecto de su escritura tanto como cuidan su despampanante presencia física. Y, sobre todo, ser menos autocomplacientes. Ese es un vicio de gobierno viejo que no puede sospecharse desde el primer día.