A finales de los setenta leí un libro de Luis Gómez Llorente, un dirigente e ideólogo socialista olvidado, titulado Rosa Luxemburgo y la socialdemocracia alemana, que revisaba el pensamiento y la figura de la revolucionaria alemana de principios del siglo pasado y de la que ahora se ha cumplido el centenario de su asesinato. Rosa Luxemburgo, una judía polaca (de la Polonia rusa) aunque nacionalizada alemana, pues allí desarrolló su actividad, era una marxista en todo el sentido de la palabra, desde la teoría a la praxis, y recorrió un camino ciego e inútil como la historia lo ha demostrado, desde la socialdemocracia hasta el comunismo, habiendo fundado ya al final de su vida el Partido Comunista Alemán tras escindirse del partido socialdemócrata por sus postulados reformistas, creando antes la liga «espartaquista».

Un camino inútil desde el reformismo socialdemócrata a la revolución comunista, ya que cambiar el mundo asaltando los cielos, por muy seglares que estos cielos sean, acababa convirtiendo a la sociedad en todo lugar donde se instauraba aquella, no en una utopía liberadora sino en una distopía tiránica (¿habrá que recordar con Hölderlin aquello de que «siempre que el hombre ha querido hacer del Estado su cielo, lo ha convertido en infierno»; el propio Cortázar recordaba que «Thomas Mann dijo que las cosas andarían mejor si Marx hubiera leído a Hölderlin»). Pero Rosa Luxemburgo era consecuencia de la época, -el capitalismo salvaje y la revolución soviética de 1917- y en su atrayente personalidad se puede rastrear el paradigma de su figura y su tiempo. Que fuera inútil su camino en cuanto a objetivo no quiere decir que fuera estéril. Toda revolución o intento de revolución, lleva consigo un dinamismo violento que hace cambiar las cosas, para bien o no; en Alemania desembocó en el nazismo. Por el lado beneficioso, la clase obrera se asoció, fundó sindicatos e impelió a los poderes públicos, aunque lustros después, a la necesidad de una regeneración social y disminución de las desigualdades.

Rosa Luxemburgo era además de revolucionaria, feminista y antimilitarista furibunda. Esta última condición (pidió a los soldados que no acudieran a la guerra imperialista del 14), y la insurrección espartaquista de 1919, fue lo que la llevó a la muerte tras oponerse a la participación de los obreros en la I Guerra Mundial y liderar un movimiento revolucionario tras la guerra aprovechando esa coyuntura posbélica. Pero aquí también encontramos una de las contradicciones de la activista -una incoherencia que se ha mantenido en la izquierda a lo largo del tiempo hasta alguna izquierda de los tiempos actuales-, cuando se declara abiertamente antimilitarista pero al tiempo proclama la necesaria violencia armada para hacer la revolución. Los fines por encima de todo, y el fin era «liberar al hombre de la explotación por el hombre». Bien es cierto que su antimilitarismo estaba matizado porque pensaba que era una guerra imperialista, pero el propio partido socialdemócrata alemán fue favorable a aquella guerra que justificaron como de defensa y que en realidad -Rosa lo predijo bien- era una guerra entre imperios.

En su marxismo ortodoxo apoyaba un cambio social a través de la lucha de clases, la dictadura del proletariado (que no la entendía como los leninistas, aunque ella admiraba a Lenin y su obra), la insurrección y la huelga general política. La diferencia con el comunismo leninista es que Rosa Luxemburgo veía imprescindibles conservar las libertades que llamaban burguesas («La libertad es siempre libertad para quienes piensan de modo distinto»; «sin elecciones generales, libertad de prensa y de reunión ilimitada, lucha libre de opinión y en toda institución política, la vida se extingue, se torna aparente, y lo único activo que queda es la burocracia»), ya que la consideraba como una conquista; para ella la emancipación política y económica van unidas. Consideraba la democracia formal indispensable para que el proletariado ejerciera sus derechos. ¿Como fin o como medio? En Rosa Luxemburgo las dos cosas. Siempre se manejó en la dialéctica vanguardia política/base social, decantándose al revés que Lenin por la segunda aunque resaltaba el papel fundacional y pedagógico de la primera: «La obra de la emancipación del proletariado debe ser obra del proletariado mismo» aunque advertía también de la burocratización de las organizaciones sociales

Rosa fue asesinada por la policía de varios tiros y tirada con piedras al fondo de un río; su cadáver aparecería días después. Esa insurrección también llevó a la muerte a su compañero de lucha Karl Liebknecht. Agitadora de masas, luchadora por los derechos de la mujer, fue una figura central en el movimiento socialista del siglo pasado; su pensamiento, ahora extemporáneo, aún perdura en cierta izquierda y sus objetivos (igualdad de clases, justicia social) eran válidos aunque sus caminos fueran equivocados o maximalistas (dictadura del proletariado; insurrección popular). No así sus análisis que partían de su indudable capacidad y de hecho predijo lo que ocurrió en Rusia.

De gran cultura, lectora de nuestro Calderón (siempre este autor tuvo gran predicamento entre los alemanes); antinacionalista -pensaba que tras el nacionalismo y la autodeterminación se escondía una fórmula «vacía y mezquina»-, el tiempo le ha dado la razón al «revisionista» y compañero suyo en el partido socialdemócrata Eduard Bernstein. Una equiparación al momento político actual en España sería la confrontación Errejón-Iglesias, similar al Bernstein-Luxemburgo, aunque ésta no tuviera el componente leninista que tiene Iglesias. Y así escribió: «Procurar la comunión de la masa con la gran transformación del mundo; he ahí el vasto problema que toca resolver en la socialdemocracia»; «toda la masa del pueblo debe tomar parte. De otro modo, el socialismo es decretado, autorizado desde la mesa por una docena de intelectuales».

* Médico y poeta