Volvemos al 11 de septiembre, una fecha indisociable para los que moramos en un siglo prematuramente picardeado. De hecho, la desmemoria de esa fecha la vincularemos con el título del último capítulo de El Terror, una elogiosa serie televisiva: Ya no estamos. El Día D será para los historiadores y para aquellas generaciones que encomendaron su destino al desenlace del desembarco de Normandía. Y la caída de las Torres Gemelas no solo nos rememora en la lectura de las víctimas en el Memorial de la Zona Cero, sino que se hace presente cada vez que colocas el cinturón del pantalón en la bandeja del escáner de la puerta de embarque.

Macabra coincidencia que las huestes de Bin Laden capasen para el orden anglosajón la catalanidad de esta fecha. Estados Unidos se ha movido cíclicamente entre el expansionismo y la introversión y, teniendo presente la obvia dirección del péndulo, no les gustará a los norteamericanos que les importunen con lacitos amarillos mientras rezan a sus muertos. Vista esta inquietante indiferencia, no sería extraño que en la sala de máquinas independentista se baraje otra fecha para la sublimación soberanista. El calendario de un año vivido tumultuosamente invita a los secesionistas a buscar propuestas alternativas. Ahí tienen el 1 de octubre, el día en el que Puigdemont hizo shalakabula y convirtió calabazas en urnas de plástico. O el 27 del susodicho, cuando amoldó los vaivenes de ese sucedáneo de declaración de independencia al canon de los hermanos Marx, abandonando primero el barco y entregándole a Junqueras un espejo para comprobar si en sus facciones prevalecía la cara de mártir o la de tonto. Pero los mitos, al igual que los vinos, necesitan curarse en barricas de roble. Los propulsores de este arreo contra el Estado saben que en lugar de en la era de Acuario hemos entrado en la de Pinocho, lo que puede fastidiar el prestigio de la añada.

La Diada corre el riesgo de la mezcolanza. Las honras a Rafael Casanova lo son también a la Dinastía de los Austria, simplemente tomando Barcelona partido por uno de los dos bandos en la Guerra de Sucesión. Y los Austrias entroncan con el Imperio en el que nunca se ponía el sol. El terrorismo yihadista propugna vivificar los tiempos de las Cruzadas, cambiando en esa fatídica acción catapultas por aviones comerciales. Por ello, en este requiebro de sentimientos amazacotados en la misma fecha, la movilización separatista del 11-S allende podría entenderse como un desagravio del Santiago Matamoros que lucha contra Mohammed Atta y los secuaces que embistieron contra seres indefensos en Las Ramblas. Este puede ser el precio de la desinformación, la cuota alícuota del procés en una sociedad en la que cotiza al alza la mixtificación. No ponderan lo suficiente que el timonel de este rumbo habita en la Casa Blanca, y como los senadores que veían peligrar su cabeza antes que la unción de su propio caballo, deberían saber que Roma no paga traidores, y más si se entrometen en una conmemoración donde le estorban sus lacrimales de cocodrilo.

Las trolas son como el monstruo del pantano, que engordan en una progresión geométrica. Ahora Torra establece el derecho de admisión en la Diada, para fagocitarse también a los sí, pero no que estén presentes en la marcha. Y al Matamoros se unirá el origen amarillo de los lazos, realojando en la farándula el color con el que murió Moliere. Este es el riesgo de esta eclosión de pastiches: quien a hierro engaña.

* Abogado