Quienes hayan jugado al fútbol o al tenis conocen la jugada consistente en rematar el balón o devolver la pelota justo cuando se produce el bote de uno u otra. En el primero de los casos, se convierte tanto en un remate espectacular, con el gol como resultado, como en un disparo que sale por encima del larguero; y en el segundo, una devolución tan rápida desconcierta al contrario, pero también hay muchas posibilidades de que se quede en la red. Comentar los resultados electorales justo cuando acabamos de conocerlos me produce la sensación de que se juega «a bote pronto», y el resultado puede conducir con facilidad al error, no en vano la expresión nos dice el diccionario que es equivalente a hacer algo sobre la marcha. No obstante, algunos datos no son cuestionables ni están sometidos a lo opinable, pero además, en el caso de las elecciones del domingo los resultados dan paso a consideraciones poco dadas a interpretaciones. De entrada, una a la que siempre se hace referencia por lo que tiene de expresión de desconfianza hacia nuestro sistema político, y es el porcentaje de abstención, más elevado que en la anterior convocatoria de 2015, en concreto casi cuatro puntos. Y tres cuestiones indiscutibles: el fracaso del PSOE, el ascenso irresistible de Ciudadanos y la irrupción de Vox con una representación que ninguna encuesta fue capaz de advertir.

Desde las elecciones de 2004, el PSOE ha experimentado un descenso paulatino. Desde el 50,4% de aquel año, su evolución ha sido: 48,4% en 2008, 39,6% en 2012 y 35,4% en 2015. Este último dato era el peor de la historia electoral andaluza, y ahora ha llegado a unos niveles difíciles de imaginar, puesto que se ha quedado por debajo del 30% (27,9). Habrá lecturas diferentes de ese resultado, para unos la máxima responsable será Susana Díaz, incapaz de mantener aglutinado el voto socialista, de ahí se deduce que buena parte del abstencionismo pertenecería a votantes socialistas. Para otros, el desafecto es consecuencia de la política seguida por el Gobierno de Pedro Sánchez, de modo que los electores han castigado a su partido en la primera oportunidad que han tenido. En las elecciones generales se verá quién tiene razón, pero en mi opinión la explicación reside más en lo primero que en lo segundo. De hecho, en su intervención de la noche electoral, Susana Díaz en ningún momento asumió que alguna responsabilidad tenía ella en el resultado, y sin embargo se limitó a señalar que hubo un descenso de la izquierda «en general», pero no explicó a qué atribuía la caída de su partido.

Ciudadanos ha experimentado un gran crecimiento, ha duplicado su porcentaje de votos, desde el 9,2% al 18,3%, y en consecuencia tienen motivos para estar contentos y satisfechos, pero deberían ser un poco más contenidos a la hora de expresar su alegría, y sobre todo sería el momento de que comenzaran a tener un discurso andaluz, que ni mostraron durante la campaña ni tampoco en la noche electoral, como vimos en la intervención de Rivera, que siguió con los mismos tópicos con los que nos han machacado al menos durante el último mes. Claro que más sorprendente aún fue la manifestación de contento del PP, que ha perdido casi seis puntos y 7 diputados, pero que parecen dispuestos a todo con el fin de alcanzar el Gobierno andaluz, pero si lo consiguen ya veremos a qué precio.

Adelante Andalucía no ha alcanzado la suma de lo que habían conseguido por separado IU y Podemos, con una bicefalia que no ha llegado ni al electorado que está a la izquierda del PSOE ni a ese sector andalucista de izquierdas cuyo voto aspiraban a recoger. Y queda Vox, que parece surgido de la nada, pues partía de un 0,4% del voto en 2015, pero en este caso prefiero guardar mi opinión para más adelante, cuando pueda recibir el balón en otras condiciones.

* Historiador