El Blue Monday, o Lunes Triste, toca mañana, tercer lunes de enero. El término se utilizó por primera vez en el 2005, en el marco de una campaña publicitaria, y se apoyaba en unos cálculos matemáticos de un profesor de la universidad galesa de Cardif, si bien posteriormente la propia institución se desvinculó del investigador y otros expertos desacreditaron la fórmula empleada. Pero el concepto tuvo éxito, y, en esa mezcla de publicidad y difusión de cultura popular propia de internet, la jornada de mañana se considera la más triste del año, lo creamos o no. Un juego más.

Hay algo en la propuesta que la hace atractiva. Se dice que es el día en el que las personas nos damos cuenta de que ya hemos descartado los buenos propósitos de cambio y mejora que hicimos en año nuevo: nos hemos rendido a nuestra propia incapacidad de progreso y eso nos deprime, a lo que se suma el peso de la realidad, los problemas laborales, las dificultades del entorno, las amenazas de paro o la enfermedad, que son las que atenazan ahora a gran parte de la sociedad debido a la pandemia. Quizá en las circunstancias actuales, sería más preciso ampliarlo a Martes Triste, Miércoles Triste... O cerrar la puerta a toda etiqueta que acentúe las vivencias negativas. Es verdad que, con las nuevas restricciones por covid que acaban de entrar en vigor y dejan el domingo hecho un erial, el lunes 18 de enero será no solo más triste, sino desesperante para todos los que ven cercenado su futuro. Porque un día malo se pasa y ya está, pero el hundimiento psicológico de toda la sociedad es un riesgo real de consecuencias impredecibles, y requiere un combate en toda regla.