Gracias a mi ordenador o a mi tableta, tengo la posibilidad de ver en el televisor cientos de películas sin salir de casa. Sin embargo siento cierta añoranza de aquellos lejanos años de la niñez cuando veía, y vivía, las hazañas de los héroes del oeste americano. Ni siquiera doblaban las películas y en nuestros juegos imitábamos el habla gutural de los vaqueros y de los indios. Añoro, asimismo, aquellas navidades que pasaba en Córdoba. Veía los estrenos en el Duque de Rivas, el Gran Teatro, el Góngora y el Alcázar. Pasadas las vacaciones, y ya de vuelta a mi pueblo, los amigos me escuchaban atentos cuando les relataba el argumento de aquellas películas. En Madrid, época estudiantil, no me perdía los estrenos navideños en el Capitol, el Palacio de la Música o el Coliseum. Eran grandes salas, grandes pantallas de cinemascope, mucha gente y conversaciones en el descanso con los amigos o con las amigas. El ir al cine no era solo por ver la película. Ahora al ver en You Tube Ordet (La palabra), León de Oro en el Festival de Venecia de 1955, de Carl Dreyer (1889-1968), me acuerdo que la vi en un cineclub, adonde íbamos los estudiantes para ver buen cine. Es lo que me atrae de You Tube y Netflix, que puedes ver películas clásicas. Porque del Séptimo Arte se ha pasado al cine de efectos especiales que a mí no me entusiasma. Estas navidades, gracias a Netflix, he visto en mi casa La balada de Buster Seruggs, dirigida por los hermanos Coen y Roma del mejicano Alfonso Cuarón. Sin palomitas, y demás distracciones, he podido ahondar y disfrutar del buen cine. Y he mitigado aquellas añoranzas.

* Periodista