Este año hablaremos de revoluciones, porque se cumple el centenario de la de 1917, la que tuvo lugar en la Rusia de los zares, primero en febrero, con la abdicación de Nicolás II y la formación de un gobierno provisional, y luego en octubre, con la llegada de los bolcheviques al poder. Todo ello con el telón de fondo de la participación rusa en la primera guerra mundial. El historiador británico E.H. Carr, autor de una monumental historia de la revolución soviética, dijo que ésta siempre llevaría la huella del hombre que la creó, Lenin, y la de su instrumento, el partido bolchevique. Pero a día de hoy solemos analizar dicho acontecimiento en función de la valoración de sus resultados, lo cual deja una gran cantidad de sombras. Gorki dijo de Lenin: «Era apasionado por naturaleza, pero el suyo no era el apasionamiento ególatra del jugador, sino la expresión de una extraordinaria moral, que solo caracteriza al que cree firmemente en su destino, al que se siente de forma total y profunda ligado al mundo, al que comprendió hasta el fondo su papel en el caos del mundo: el papel de enemigo del caos». Unas palabras exageradas, pero acertadas en lo tocante al carácter de Lenin, pues él mismo hizo gala en ocasiones de ese apasionamiento, como por ejemplo en las palabras finales de El Estado y la revolución (escrita entre agosto y septiembre de 1917), donde explicaba que la redacción de la parte correspondiente a las revoluciones rusas de 1905 y de 1917 (febrero) la aplazaba, porque «es más agradable y más provechoso vivir la experiencia de la revolución que escribir acerca de ella».

El 7 de abril de 1917 Lenin publicó en el órgano de prensa de los bolcheviques, Pravda, un texto con el título de: Las tareas del proletariado en la presente revolución. Recogía sus palabras de tres días antes en el palacio Táuride de Petrogrado, donde se reunía el soviet, y que a su vez repetían lo dicho el día anterior frente la masa que lo recibió en la estación de Finlandia a su llegada del exilio. Ese texto es más conocido como Tesis de abril, donde defiende que el partido adopte la denominación de «comunista» y la necesidad de crear una nueva Internacional. Trotski, en su Historia de la revolución rusa, dijo de aquel momento: «El día 3 de abril Lenin llegó a Petrogrado de la emigración. Hasta este momento no empieza el partido bolchevique a hablar en voz alta y, lo que es más importante, a tener voz propia». Lo que Trotski quería destacar con esta frase es la defensa que Lenin hizo de una segunda etapa del proceso revolucionario, por ello, como ha destacado Carr, lo más importante es su defensa de «poner el poder a manos del proletariado y de las capas pobres del campesinado», luego sintetizada en el conocido «Todo el poder a los soviets». Este planteamiento chocaba con otros sectores del partido, que pensaban que aún no estaba madura esa segunda fase, según expresaron en Pravda: «Por lo que se refiere al esquema general del camarada Lenin, lo juzgamos inaceptable, en cuanto arranca del principio de que la revolución democrático-burguesa ha terminado ya y se orienta en el sentido de transformarla en revolución socialista». No obstante, se impuso su visión de romper con el gobierno provisional, lo cual abrió las puertas a la revolución de octubre, generadora de grandes expectativas y causante también de enormes frustraciones.

Pero tiempo habrá para hablar de aquella revolución y de muchos aspectos que la han convertido en una de las grandes referencias del pasado siglo XX. Por otro lado, este año también recordaremos la crisis de 1917 en España, cuyas repercusiones en el medio plazo se plasmaron en el final de la monarquía de Alfonso XIII. Y por último, un dato personal: este año se cumplirán treinta de la publicación de mi primer artículo en este diario.

* Historiador