Como prolongación en gran parte de la admirable estación de ferrocarril de la capital andaluza donde el anciano cronista tiene el privilegio de habitar, en la de su ciudad natal, no menos digna de aplauso y encomio, cuenta aquel con un amigo de data no muy dilatada, pero no por ello menos intensa. Las afinidades selectivas poseen, desde luego, una dinámica oscura y compleja en la que la intuición y el instinto para la compenetración psicológica --fuerza sentimental de elevado voltaje-- despliegan un papel de suma trascendencia.

Al margen de ello, lo cierto es que en el ejemplar staff administrativo de la estación de trenes de la metrópoli andaluza figura un varón más cercano a la edad de jubilación que a la normal de ingreso en su noble oficio, con incontables dones de la naturaleza (quizás él, sevillano de muy entrañada raigambre, hable preferentemente de Providencia...). Entre dichas gracias o cualidades se enumeran las de la diligencia, simpatía, optimismo, solicitud por las preocupaciones del prójimo y cuantas de la misma índole que disminuyen considerablemente los sinsabores y manquedades que achatan la existencia cuotidiana y nos impulsan, por contraste, hacia un mundo mejor.

El de la Andalucía de la segunda década del siglo XXI lo es con relación a periodos precedentes por la labor silente y constante de personas como mi amigo y la de innumerables de sus colegas que, a lo largo y ancho de la institución civil de mayor eco e incidencia en el devenir diario de la sociedad hispana, se afanan porque el reglón más importante del temible y mítico PIB --el del turismo-- crezca casi milagrosamente cada jornada y compense no pocas de las muchas carencias de nuestra colectividad. En las numerosas estaciones ferroviarias de la ancha y hermosa geografía española se libra de continuo una de las batallas más decisivas del presente de una comunidad envuelta a la fecha en un horizonte imparablemente grave si no dramático.

De ahí, pues, que más allá de lances individuales o anécdotas subjetivas, se comprenda sin mayor esfuerzo la sincera, honda gratitud del articulista hacia un amigo que encarna y simboliza los múltiples valores del buen pueblo español, distante, si no ajeno de ordinario a los barullos, cainismos e insensateces en que forja su biografía la gran mayoría de los integrantes de sus clases dirigentes, en especial, pero sin exclusividad, las políticas de toda suerte y condición, con muy reseñables excepciones.

Se adentra el verano y con ello la vorágine de viajes que a la vez estraga y enriquece y anima a estratos muy cuantiosos de nuestra sociedad, a la husma de encontrar en el cambio paisajístico un lenitivo a la precariedad e insatisfacción por truncamiento de sueños e ilusiones. Para materializarlos en tierras y climas diferentes a los habituales, el amigo del cronista y sus compañeros no ahorrarán esfuerzos. Solo plácemes merecen su actitud y diligencia. Bien modestos pero muy entusiastas son los tributados desde esta tribuna periodística por su firmante.

* Catedrático