Agriculturas

La agricultura nació en las áridas y frías estepas y praderas, donde la explotación de la ganadería a modo natural se hacía más productiva, en el enorme y autóctono subcontinente chino, allá en las anchas extensiones de tierras poco cultivables, y en las vegas de sus grandes ríos, como el Amarillo, y en el valle del Indo, bajo el Himalaya, y en el llamado triángulo fértil de Mesopotamia, entre el Tigris y el Éufrates, siendo así consideradas todas estas zonas cunas de la civilización, sin que exista unanimidad acerca de cuál se anticipó a las otras; aunque más adelante se extendería la mesopotámica por toda la cuenca del Mediterráneo, predominando con generalidad el sedentarismo frente al nomadismo, con la domesticación de plantas, como la vid y el olivo, y los cereales, trigo, cebada, avena y centeno, principalmente, en Europa; y en animales: vacuno, ovino, porcino, cánido y equino. Connotándose, desde entonces, la cuestión agraria como la clave fundamental en el cambio cultural del ser humano. Con los asentamientos se producirá el incremento de la población como la pronta jerarquización y el surgimiento de las elites dirigentes dadas a controlar los comportamientos violentos que a la par que crecía la humanidad se iban haciendo cada vez más complejos y difíciles de domeñar. Pero también evoluciona el aprovechamiento de la caza y la alfarería; y el arte, sacro en sí mismo, paralelamente con la decoración de herramientas y utensilios, más las actividades comerciales de trueque en principio y dinerarias más tarde. El clima y su relativa estabilidad condicionaron de manera relevante la difusión de las culturas afirmadas en el agro. Al parecer durante 30.000 o 40.000 años apenas variaron las temperaturas de manera apreciable, con la última de las glaciaciones, aunque la cota y el nivel de las aguas marinas experimentaron una oscilación de hasta 100 metros. La alimentación para los núcleos costeros y fluviales también se basaba en los cultivos y en la captura de moluscos, peces, bivalvos y crustáceos.