Max Weber, en su libro La politica como profesión, distingue dos formas del actuar político: la inspirada en «la ética de la convicción» que obedece únicamente a los propios principios sin dejarse influir por las consecuencias de los actos, y la inspirada en «la ética de la responsabilidad», que sí reflexiona sobre la repercusión de sus acciones. Esta última es la ética de quien no se fija tanto en sus propios intereses sino en cómo ayudar a los demás. En este tiempo de pandemia, precisamente Weber murió hace cien años al contagiarse de la gripe española, la reflexión más profunda a la que están llamados los servidores públicos es esta: su verdadera vocación, que es una alta forma de caridad. Pero como bien señalan nuestros mejores analistas, el devenir del marketing está desembocando en un espectáculo deleznable donde la confrontación entre los políticos es el único arma y los focos mediáticos son los únicos argumentos porque las palabras no tienen, en realidad, ninguna validez. Lo que hoy se dice, mañana se desdice. Y mientras tanto, los medios de comunicación se convierten en meras correas de transmisión de los poderes públicos. En este clima que, a veces, se vuelve asfixiante y en este ambiente irrespirable, aparece en el escenario religioso una palabra que siempre ha tenido escasa resonancia social: el Adviento. El «adventus» era una ceremonia del Imperio romano en la que se le daba la bienvenida a un emperador a su llegada a la ciudad, normalmente Roma. Apenas hay símbolos del Adviento que hayan penetrado en nuestra religiosidad popular. En el mundo católico de habla alemana hay un bello símbolo asociado al Adviento: una corona hecha con hojas de acebo, acompañada de cuatro velas. Cada domingo se va encendiendo una vela más: en el último domingo cuatro pequeñas velas encendidas, -morada, roja, verde y blanca-, están a la espera de que venga Cristo, la gran luz de la humanidad. Hoy comienza el Adviento como preparación de la Navidad, el día en que se recuerda que Dios, en Jesús, se hizo presente en la historia. Preparar la Navidad es, ante todo, esperar la venida de Jesús para acogerlo en nuestras vidas. La Navidad se reproduce y se repite todos los días. Porque todos los días, Jesús se hace presente en nuestra historia, en la vida de cada uno de nosotros, en lo que hacemos y en lo que dejamos de hacer. Jesús se hace presente en la bondad, en la amistad, en la sinceridad, en la honradez, en el bien que hacemos y en la felicidad que contagiamos a quienes se sienten mal, tristes y necesitados. Así entra Jesús, en la historia de cada persona y en la historia de la sociedad y de la Iglesia. Vamos a vivir una Navidad difícil, entre medidas sanitarias y celebraciones tradicionales. Agobiados y preocupadísimos por la pandemia del coronavirus, pero también conscientes de tantas medidas políticas que ahogan libertades, como esas seis leyes ocultas bajo la pandemia: La ley de educación, la ley de eutanasia, la ley de memoria democrática, la ley del aborto, la ley Trans y la ley de desinformación. ¿Cómo es posible ese proceder político, tanta confusión, tanta vejación, tantos intereses partidistas? El Adviento que hoy comienza y la Navidad que vamos a celebrar nos brindan los auténticos caminos de la salvación del hombre. Nuestra esperanza puede apoyarse en la roca firme de un Dios que se ha hecho hermano de nuestra carne, compañero de nuestro camino.

* Sacerdote y periodista