El acompañamiento del precariado, de las personas en situaciones laborales, sociales y afectivas de extremada vulnerabilidad, solo se puede hacer participando de algún modo de la misma precariedad. Solo así puede ser cristianamente creíble y significativo. No se trata de acompañar la precariedad, sino en la precariedad. Experimentamos en nuestra propia vulnerabilidad personal y comunitaria esa condición de posibilidad para el acompañamiento y para ser creíbles de manera convincente y esperanzadora. Afortunadamente, contamos con el “sacramento” de la impotencia compartida. “No tengo oro ni plata, lo que tengo te lo doy” (Hch 3, 6), dice Pedro, ante un mendigo que está con la mano tendida, esto es mostrar su impotencia y su disposición a compartir lo que es, lo que tiene, lo que cree. La consecuencia es que las debilidades se tornan en fortalezas,y al mismo tiempo, en motor para la transformación y el cambio social.

Se trata de volver a la mejor tradición, al Evangelio de Jesús que es lo auténticamente revolucionario, y su proyecto, que es el Reino de Dios y su justicia, lo demás vendrá por añadidura. Ahí está la fuente que da sentido y plenitud a nuestra existencia y al acompañamiento, que nos mueve a la solidaridad. Somos egoístas, pero al tiempo somos altruistas, solidarios y generosos. La historia de los Derechos Humanos es la historia de la generosidad, del altruismo, de la bondad, de gente, cristiana y pagana, que puso a los otros por delante de sí mismos.

Necesitamos compañía en la vida, en la muerte y en el amor, como decía el poeta Miguel Hernández, si no, nos encontramos, perdidos y desnortados. El acompañamiento es una palabra que repetimos mucho, pero que nos remite a la preocupación de los creyentes por hacernos prójimos, por aproximarnos a los demás, salir al encuentro de sus situaciones y necesidades como precariedad laboral, moral y cultural y buscar juntos pistas de salida. Hay un término del papa Francisco muy afortunado que nos habla de un descubrimiento gozoso: “la amistad con los pobres”, es decir, fraternidad, cercanía, respeto, solidaridad. Arrimarse, en definitiva, a la fragilidad del otro y de la otra, para que se puedan acercar a la mía.

El acompañamiento en la precariedad tiene la virtualidad, de ser posibilidad para renovar la Iglesia, cuyo acompañamiento bebe del principio de encarnación, por lo que no creemos en un Dios cómodamente instalado en el cielo, sino en un Dios cercano al sufrimiento de la gente, solidario con su sufrimiento. Así uno de los objetivos del acompañamiento, es sanar, superar las heridas, satisfacer, desde la propia precariedad, empezando por la necesidad de reconocimiento, poner nombre al dolor y a la persona que sufre, es decirle que me importas. Y eso nos personaliza y dignifica: “Tú eres importante para mí y estoy dispuesto a caminar contigo”. Otra función es generar procesos de cambio, no solo en la dimensión individual, sino que aspira a cambiar el corazón y las estructuras. Esto nos pide reflexionar la Semana Santa y las procesiones, que cumplamos el Mensaje de Cristo.

* Licenciado en Ciencias Religiosas