Cuando se expresa -sin razonar- la desmotivadora frase de «todos son iguales», se está insinuando que dará igual quién salga de las urnas favoreciendo la abstención y el voto tradicional que beneficiará a los de siempre. Así se corroen las instituciones.

No. Hay que tener claro quién es el antagonista de las clases media y baja, porque si no, gobernará para beneficio de la clase alta. Existen hechos sobradamente esclarecedores: si se sube el IVA, se sube el impuesto más injusto que existe porque afecta a todos por igual. Si se recortan los tramos del IRPF y se rebaja el tramo más alto, se está siendo injusto porque se beneficia a la clase alta y perjudica a la media y la baja -cuantos menos tramos tenga este impuesto, más injusto será-. Si se recorta en educación, sanidad y cultura, se está denegando el acceso de los más desfavorecidos a necesidades básicas. Si se privatiza lo que es de todos, se está favoreciendo a las élites. Si se ejecutan reformas laborales a favor del empresario, se está desamparando a la parte más débil. Si se es corrupto, se está robando el dinero destinado a hospitales, colegios, pensiones... y si, además, se consiente esta plaga, se alienta futuras corruptelas. Si se hacen leyes para beneficiar a los ricos que defraudan y no han cumplido con sus obligaciones tributarias, se está burlando de la inmensa mayoría de ciudadanos que paga puntualmente sus impuestos.

Así que no, definitivamente no todos son iguales... ni mucho menos. Identifiquemos el peligro y, en consecuencia, votemos.