Los debates múltiples son como un mercadillo, donde todos los vendedores vociferan a su libre albedrío para llamar la atención al público que deambula por sus calles, consiguiendo, de esa forma, llevar el gato al agua, y vender, por lo tanto, gato por liebre a un comprador obnubilado que, cuando comprueba lo que ha comprado, se da cuenta de que no sirve para nada. También, en esos debates, si el moderador o moderadores, no son imparciales, sino que son malos o partidistas, el barullo que se lía es impresionante, lo que condiciona que no se saquen conclusiones. Bajo mi punto de vista, el mejor debate, el más justo y el de mayor sentido común, es el cara a cara entre los dos candidatos. Candidatos que, por sondeos o encuestas serias y responsables, sean los idóneos al tener más posibilidades de formar gobierno.

Otro gran problema es el cainismo que, por excelencia, existe en España, donde, por desgracia, seguimos viendo que hay mucho odio entre las izquierdas y las derechas. Eso condiciona que los propios debates, en sí, sean confusos por su irracionalidad. Se agrede al contrario mediante el insulto, la mentira, con propuestas que no se pueden cumplir ni llevar a cabo, con ilusiones vanas y con esperanzas anacrónicas.

Si el debate entre dos es limpio, sereno y responsable, el pueblo que lo escuche, y los tertulianos que lo analicen, se enteraran mejor, y valoraran las cualidades personales de cada contrincante. Esas cualidades que se demuestran por sus aptitudes y actitudes a la hora de valorar a un líder. En un debate a dos, se podrán comparar los programas de cada uno, ver su forma de presentación y su defensa, las razones que argumenten para aplicarlos, su viabilidad, y, lo más importante para el espectador, es ver la capacidad de cada aspirante en demostrar empatía en ese momento de relación interpersonal. Eso logra que las discusiones entre ambos sean coherentes, demuestren fidelidad, y sean fieles y fiables.