Estados Unidos tendrá nuevo presidente. Tras cinco días de recuento infinito, Pensilvania ha decantado finalmente su escrutinio para darle a Joe Biden las llaves de la Casa Blanca y escribir el principio del fin de una de las épocas más esperpénticas de la historia reciente del país, una época que ha servido para devaluar su democracia y desplomar su prestigio internacional. Ha sido precisamente el estado donde Biden nació hace 77 años en el pueblo minero de Scranton el que acabado inclinando una victoria que Donald Trump tratará de impugnar en los tribunales, una misión como mínimo complicada dada la nula credibilidad de sus acusaciones de fraude masivo, que han servido para retratar a un hombre que ni siquiera sabe perder con un mínimo de decencia.

Nada más conocerse el desenlace, las bocinas y los vivas resonaron en las calles de Washington, una capital que ha vivido con miedo el desenlace de estas elecciones marcadas por el resentimiento y el odio entre las dos Américas. La victoria de Biden en Pensilvania, certificada por Associated Press, el medio de referencia en las proyecciones electorales, dejan al demócrata con 270 votos electorales, la cifra mágica que otorga la victoria en los comicios. Esa diferencia podría aumentarse si se confirma su triunfo en Georgia, Arizona y Nevada, estados donde quedan muy pocos votos por contarse para que se cierre el escrutinio.

“América me honra que me hayáis elegido para liderar nuestro gran país”, ha escrito el nuevo presidente electo del país en su cuenta de Twitter. “El trabajo que tenemos por delante será duro, pero os prometo esto: seré el presidente de todos los estadounidenses, me hayáis votado o no. Y honraré la fe que habéis depositado en mí”.

Este desenlace completa una de las remontadas políticas más épicas de los últimos tiempos, solo comparable a la de Bill Clinton en 1992. La de un hombre que encarna al establishment político de Washington, un hombre que ha hecho de su empatía hacia al sufrimiento ajeno y su bonhomía los rasgos principales de su identidad.

En las antípodas del actual presidente, Biden abraza la versión más virtuosa del carácter y la historia estadounidense. Solo ha tenido que prometer una vuelta a la normalidad para dar credibilidad a su candidatura. Aspira a unir al país y pacificar a sus tribus malavenidas, pero tendrá que aportar mucho más si quiere sacarlo del pozo de la pandemia, de su peor recesión en casi un siglo y del cúmulo de agravios raciales y socioeconómicos que han convertido al país más rico del mundo en un polvorín no muy distinto a los estados fallidos.

Tendrá a su lado a Kamala Harris, uno de los emblemas de la nueva generación del partido, políticamente moderada como él, pero revolucionaria por las identidades que arrastra. Será la primera mujer negra en llegar a la vicepresidencia, la primera hija de inmigrantes y la primera de descendencia asiática. Poco después de conocerse la noticia, Harris ha colgado un vídeo en las redes que sirve para inmortalizar el instante histórico. "Lo hemos hecho, Joe. Vas a ser el próximo presidente de EE UU", dice antes de cerrar con una de sus inconfundibles carcajadas.

El reto por delante es hercúleo, por más que Biden se atribuyera la víspera un “mandato para la acción frente al covid, la economía, el cambio climático y el racismo sistémico”. Los demócratas se han comido el plato principal del menú de estas elecciones, pero se han quedado sin postres ni vino. Muy lejos de sus mejores expectativas.

Si bien seguirán controlando la Cámara de Representantes, su ventaja ha menguado. En el Senado, solo pueden aspirar a un empate a 50 escaños, que otorgaría a la vicepresidenta el derecho a romper el empate. Pero para llegar hasta ahí tendrán que ganar los dos escaños que faltan por atribuirse en una especie de segunda vuelta que se celebrará a principios de enero. Aunque lo consigan, será difícil que puedan legislar a su antojo porque varios de sus senadores son muy conservadores. Tampoco han conseguido darle la vuelta a ninguno de los parlamentos estatales controlados por los republicanos, que gobiernan en la mayoría de estados del país.