Sevilla vivirá este año un auténtico Sábado de Pasión en un episodio más de la historia de los derbis, un Sevilla-Betis en el que la pasión futbolera que divide en dos a la ciudad coincidirá en cuestión de horas con la unión, por devociones compartidas, de los mismos protagonistas en el inicio de la Semana Santa.

El duelo del Ramón Sánchez Pizjuán es un nuevo paradigma de las paradojas de una Sevilla dual en vísperas de su día más grande, el Domingo de Ramos, pues la rivalidad y los sentimientos encontrados en lo futbolístico darán paso a otros que son comunes, de fervor y religiosidad popular, y que en gran parte vertebran socialmente a la ciudad a través de su Semana Mayor.

Este choque de la máxima rivalidad, en Sevilla 'el derbi' sin más, protagoniza todas las conversaciones familiares y tertulias entre amigos, todos los comentarios y típicos chascarrillos en los bares de la capital andaluza previos a un partido que ni mucho menos son sólo noventa y tantos minutos de fútbol, sino mucho más.

Al coincidir con la Semana Santa, la cita más esperada para la Sevilla cofradiera, esas charlas y debates se han extendido a las casas de hermandad, a los grupos jóvenes o a las cuadrillas de costaleros de sus sesenta cofradías, más las de vísperas que hacen sus estaciones de penitencia el Viernes de Dolores y el Sábado de Pasión.

En ellas, las tertulias sobre los últimos preparativos de cada hermandad, los cambios de horarios y recorridos o los pronósticos meteorológicos para la Semana Santa se han entremezclado sin remisión con cuestiones menos espirituales, pero igual de pasionales, en torno al derbi entre los eternos rivales.

Y todo, por los caprichos del destino, de lo que deparó el sorteo del calendario. Así, la Sevilla futbolística, dividida desde hace más de un siglo entre béticos y sevillistas, 'verderones' y 'palanganas', aguarda con impaciencia el 'derbi de los derbis', con nervios, con emoción y con la misma pasión desmedida de siempre.

En este caso, además, llega de la mano de una nueva Semana Santa, una tradición aún más añeja y preñada de devociones y sentimientos.

Sevilla es una ciudad donde todo está vinculado, todo tiene una medida, su justa y tradicional medida, pero que vive los derbis como si le fuera la vida en ello.

Partiendo de que no todo el mundo es futbolero ni cofrade y de que esa otra parte también es Sevilla, en muchas casas es habitual que haya un 'garbanzo negro' o, mejor dicho, en este caso un garbanzo 'verde' o 'blanquillo'. Familias con el padre bético y la madre sevillista, o viceversa, o con un abuelo, un hermano, un cuñado o un sobrino que profesa la fe balompédica contraria.

Dualidades que marcan desde el primer día. Una tierra en la que cuando nace un bebé, en la mayoría de las familias, de inmediato adquiere una doble condición: es del Betis o del Sevilla, y de tal o cual hermandad, por tradición familiar, tan complejo y tan simple.

La convivencia puede parecer complicada en este contexto, pero nada más lejos de la realidad. Todo ello se vive con normalidad, con la mayor naturalidad posible.

Eso sí, todo el mundo sabe que el derbi puede dejar víctimas, secuelas duraderas, aunque de ellas siempre se sale porque, dentro de más o menos tiempo, volverá a haber otro duelo cainita, un partido fratricida que muchos anhelan que llegue y otros muchos le temen, dependiendo de la personalidad y el carácter de cada cual.

Y en este Sevilla-Betis adosado a esta Semana Santa, a otra explosión de sentimientos y devociones en primavera, los incondicionales de cada equipo tienen claro desde muy chicos que el que salga perdedor tendrá meses de calvario, de aguantar chanzas y bromas, de llevar lo mejor posible la típica guasa sevillana.

Aún así, más allá de tácticas, de estrategias y de la incógnita de saber si los jugadores tocados como el bético Sergio Canales o los sevillistas Tomas Vaclík o André Silva llegarán o no a tiempo, la euforia o la decepción que desencadene el derbi en uno y otro bando quedará atemperada o no, según qué caso, por sentimientos, tradiciones e identidades compartidas a través de la Semana Santa.

Porque cada uno seguirá siendo sevillista o bético, apasionado de unos colores u otros o vecinos de tal o cual barrio, aunque, al fin y al cabo, hermanos de la misma cofradía, de otras o de ninguna, pero todos sevillanos.