El mismo presidente de la Generalitat que ha vuelto a enviar a representantes de Cataluña a los consejos sectoriales de las autonomías, el mismo que invita a negociar al Gobierno de España, el mismo que es cuidadoso en sus acciones para evitar una nueva edición del artículo 155 de la Constitución, es el mismo president Quim Torra que ayer invitaba a los Comités de Defensa de la República (CDR) a presionar. «Presionáis, y hacéis bien en presionar», dijo a los que cortaron temporalmente el AVE o desbordaron a los Mossos creando situaciones muy duras en diversos edificios institucionales, como el asedio nocturno al Parlamento catalán y a una jefatura de policía. Un mensaje que no impidió que el independentismo más radical pidiera en la calle su dimisión. O los mensajes del huido Carles Puigdemont, que en recientes declaraciones renunciaba a la vía unilateral y ayer lamentaba no haber mantenido la proclamnación de la república catalana. Son solo dos muestras, si bien palmarias, de la esquizofrenia del mensaje político en Cataluña, exacerbada ayer con motivo de la conmemoración del 1-O. Como el anuncio de que se investigará a los Mossos tras los incidentes del pasado sábado. Las escenas de violencia contra la manifestación de policías nacionales fueron inequívocas, al igual que las de ayer en distintos puntos de Cataluña, muy lejos de la «protesta pacífica» que se atribuye a sí mismo el independentismo en contraposición a las cargas policiales del 1-O del 2017. El intento de convertir esta fecha en un símbolo de rebelión cívica y de reivindicación del referéndum (que no fue tal) choca con grandes contradicciones. No hubo incidentes de extrema gravedad, si se deja fuera de esta calificación el intento de asalto a la Cámara autonómica y el acoso a las fuerzas del orden y los destrozos. Antes del asedio al Parlament, el Gobierno socialista decía atenerse «a los hechos y no a las palabras», como señalaba ayer el ministro Ábalos frente a la petición del PP y Cs de que se aplique de nuevo el 155. Pero la ruptura en Cataluña continúa, continúa la amenaza a la convivencia, y continúa sin verse en el actual Govern un intento claro de abrir una etapa de diálogo y serenar a la sociedad. Quizá la presión esté enfocada a la situación de los presos y a su futuro juicio. Quizá sea una demostración de fuerza, si bien negando evidencias como los ataques a polícías del pasado sábado en un intento de congraciarse con la parte más radical, que en modo alguno representa al pueblo de Cataluña. Torra, Carles Puigdemont, Junts per Catalunya intentan canalizar esta oleada apelando a la emotividad y la retórica, pero la distancia entre la calle y el Govern es uno de los mensajes del 1-O. El otro, el del abismo entre ERC y JxCat, se ha visto reforzado con la decisión de Oriol Junqueras de presentarse a las europeas. ERC quiere disputar a Puigdemont la vertiente internacional del conflicto. La división es otra de las características de Cataluña un año después del 1-O. Y las soluciones siguen estando muy lejos.

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