Pablo va creciendo. Empezó subiendo al podio siendo un bebé y llevando pañales y poco a poco ya le llega al padre a la altura del pecho. Es la única referencia de que el tiempo va pasando, de que las victorias de su padre, Alejandro Valverde, marcan diversas épocas. Cuando en el 2003 ganó su primera etapa en la Vuelta, Leo Messi ni había debutado en el Barça y José María Aznar era el presidente del Gobierno. No existía Twitter, ni WhatsApp. Y ni siquiera funcionaba el AVE entre Barcelona y Madrid. Han pasado tantas y tantas cosas. Pero él, por supuesto, sigue ganando. Y aquí en la Vuelta, en el Caminito del Rey, porque si hay un monarca en el ciclismo no es otro que Valverde. Y Pablo debe sentirse muy orgulloso de su padre, el que ayer levantó los brazos por décima vez en una etapa de la ronda española. El que no renuncia a nada. «¿Qué voy a tener presión alguna? ¡Qué tengo 38 años!». Y no lo parece. Qué va. A 500 metros, cuando sabía que el polaco Michal Kwiatkowski era el único que podía fastidiarle la victoria en una cuesta de apenas dos kilómetros, Valverde pasó a la acción. El polaco se fue con él. Le dejó pasar y, en la última curva antes de la línea de meta, Valverde le superó para tener hasta tiempo de levantar los brazos. No quedó contento de su actuación en el Tour. «Allí no me sentí como quería». Porque aunque le manden atacar para otros, como sucedió en la ronda francesa, a Valverde le repudia que lo pillen. Él ha nacido para esto, sencillamente, para ganar, para sentir que no pasan los años y hasta para que un día Pablo le supere en altura en cualquier podio ciclista. Está a dos años de cumplir los 40, pero ni se le ocurre pensar en la retirada.

LA ESTRATEGIA

¿Y que hizo para recuperarse y concentrarse pensando en la Vuelta? Primero se fue con la familia a Ibiza y luego se refugió en la costa alicantina, en Torrevieja, de donde saldrá la próxima edición de la ronda española. Allí con sus amigos cicloturistas de la playa se lo tomó con calma, para salir y hasta para atacarles alguna vez, para darles un repaso, que siempre ha de quedar claro quién manda sobre la carretera. En Marbella, ya estamos en la salida de la segunda etapa, José Luis Arrieta, el director del Movistar, reunió a los ocho corredores en el interior del autobús del equipo. Todos se dieron cuenta de que Valverde era el de siempre. Así que se dijeron lo siguiente. Si Peter Sagan se descuelga y Mateo Trentin hace lo mismo, solo habrá que estar pendientes de Kwiatkowski, por cierto el nuevo líder de la Vuelta, y será entonces cuando el equipo se pondrá a trabajar para buscar la victoria del Bala.

NIBALI SE DESCUELGA

A 35 kilómetros para meta llegó ese instante. El calor malagueño empezaba a fulminar a medio pelotón. Iban cayendo unos y otros. Sagan, Trentin...La señal para que los uniformes azules del Movistar se situasen en las primeras plazas del pelotón, ayudados por un Sky que pensaba en su ciclista polaco. «Hemos llegado apenas 25 juntos a meta. No creía que esto fuera tan duro». Valverde se sorprendió, pero es que todo un Vincenzo Nibali se dejó más de cuatro minutos y Richie Porte, que parece más fuera que dentro de la Vuelta, la friolera de 13. Valverde está aquí. Algunos le cuestionaron en el Tour porque creyeron entender falsamente que empezaba el declive de sus piernas. «Yo voy a ir día a día. ¿Si renuncio a la Vuelta? No voy a luchar por una octava plaza, pero mientras esté entre los tres primeros pelearé por todo». Ya es segundo.