No solía utilizar esa palabra Valverde. Resultó hasta extraño escucharla de su boca en la sala de prensa del Estadio de la Cerámica de Villarreal. Pero el técnico azulgrana escogió hablar del «entorno». Aquel que ya daba por ganadas la Liga y la Copa, a pesar de que el Valencia, el otro finalista, está en un gran momento de forma. Un entorno que se veía con el triplete recuperando el trono europeo en Madrid. Pero el «descontrol», otra de las palabras empleadas por Valverde la noche del martes, le vino de maravilla para ejercer de aviso y despertador. Aviso de que nada resulta fácil por muchos puntos de diferencia que haya sobre el segundo (ocho con respecto al Atlético). Nada está hecho, aunque el Real Madrid del recién llegado Zidane se derrita. El Barça lo tiene a 13 puntos, por lo que la cita con los de Simeone es una final liguera. Un triunfo dejaría así el camino abierto para volcarse en la cita del miércoles en Old Trafford ante el United de Solskjaer.

LA ‘CHAMPIONS Y LA COPA

Si el Barcelona quiebra la resistencia cholista, el panorama permitiría, entonces sí, concentrarse en la Champions y en la Copa. Pero Valverde no olvida que el Atlético atrapó en la recta final a los azulgrana en el 2016, aunque no le sirvió de nada, porque los entonces de Luis Enrique ganaron aquella Liga.

«Es una final, es vital para nosotros», admitió Sergi Roberto, empapándose de ese mensaje que ha trasladado Valverde, escamado porque se quebró la fiabilidad defensiva. En Villareal, Samu, Ekambi y Cazorla dinamitaron toda esa estructura en torno a Ter Stegen. Justo ahora que aparecía en el horizonte el Atlético, que nunca le ha recortado al Barça ocho puntos en las ocho últimas jornadas.

PLENO SENTIDO COMÚN

Hay demasiado en juego como para que el equipo de Valverde cometa los mismos errores que en La Cerámica. A Valverde, un tipo tranquilo, lleno de sentido común, lo ocurrido el martes es la mejor lección que le puede enseñar a sus jugadores. Ellos también lo saben. «Este partido nos tiene que ayudar mucho», contó el técnico nada más sentarse resoplando y aliviado minutos después del valioso gol de Luis Suárez en el tiempo añadido. No era un Barça de Valverde. Ni mucho menos. Quizá un equipo menos brillante que en otras temporadas, pero compacto, como demostró en su reconstrucción el año pasado.

No le gusta al técnico que los partidos se conviertan en una montaña rusa. No va con su carácter tranquilo. Rehúye esos escenarios.

«QUEDA MUCHA LIGA»

«Este partido nos ayuda cara a los próximos compromisos y cara a nuestro entorno, para que se dé cuenta de que queda mucho en la Liga y de que todo esto es muy difícil», dijo el Txingurri. Y si algo tiene el Atlético de Simeone es paciencia para protegerse aguardando a rasgar la espalda de la defensa azulgrana.

La ausencia en el gran duelo de la Liga de Arturo Vidal, por acumulación de tarjetas amarillas, podría llevar a Valverde a modificar el dibujo táctico rescatando el 4-4-2 que tan buen resultado le dio con el Real Betis. Tampoco quiere riesgos con Dembélé. El delantero francés se entrenó ayer con el grupo, al igual que Cillessen. Pero Valverde ya rompió su tradicional prudencia cuando alineó al Mosquito en el tramo final del choque con el Olympique de Lyon, en Liga de Campeones. Entonces lo necesitaba, porque Europa corría peligro. Ahora no quiere que Dembélé recaiga por tercera vez de su lesión muscular, por lo que prefiere tenerlo el miércoles en Old Trafford.

EL ATLÉTICO, CON LA LIGA COMO FORMA DE RECUPERAR CREDIBILIDAD

Necesita Simeone encontrar un halo de luz en medio de una temporada tenebrosa y oscura. Necesita el técnico devolver la confianza a su Atlético, sacudido todavía por las secuelas de aquellos negros días en que Cristiano le dejó fuera de Europa, unido además a la derrota en el nuevo San Mamés en Liga. No solo perdió la Champions, con el consiguiente desgarro emocional que supuso, porque la final se juega en el Wanda Metropolitano el próximo 1 de junio, sino que también perdió la autoestima, el valor más grande que ha inyectado el Cholo a la religión atlética.

Anda Simeone, por lo tanto, apremiado. Más de lo que parece, por mucho que renovara su amor con el Atlético hasta el 2022. Ganar al Barça no le da la Liga, como sí ocurrió en el 2014 con aquel cabezazo de Godín que selló un empate (1-1) y el derrumbe de la era del Tata Martino, más conocido entonces por el color pistacho de su polo que por su obra futbolística, porque no supo armonizar a Messi y Neymar en una misma idea. Pero ganar al Barça le permitirá recuperar cierta credibilidad perdida en un curso donde fue eliminado de la Copa por el Girona, además de desaprovechar una cómoda renta en la ida (2-0 en el Metropolitano) en su visita al infierno de Turín.

A Simeone, curiosamente, le pasa algo similar. Cuando mejores jugadores tiene (en invierno llegó Morata) más problemas encuentra para obtener una versión excelente de ellos. A medida que se acaba su guardia pretoriana, el Atlético tiene más dificultades para expresarse.

EL GALÁTICO GRIEZMANN

Hay dos galácticos en el Atlético: uno en el banquillo (el Cholo) y otro en el campo (Griezmann). Aunque ninguno ha podido estar a su mejor nivel, por mucho que sorprenda incluso al propio entrenador. «Si la temporada está tirada con un Atlético peleando por acercarse al Barcelona, peleando por poder quedar segundo en una Liga donde reinan desde hace 10 años Real Madrid y Barcelona, a mí me sorprende. Sinceramente, me sorprende», dijo el argentino tras ganar al Girona con un juego gris. Un triunfo que le permite mantener la persecución, aunque sea a distancia, con el líder. De ahí la necesidad que tiene Simeone de ganar en el Camp Nou. Y, sobre todo, de ganar al Barça en la Liga, algo que no ha conseguido nunca, enfrentado como está a un inevitable proceso de reconstrucción de su proyecto.

FUERA DEL COMEDOR DE MESSI

Pendiente, por supuesto, de la nueva decisión de Griezmann. Si es que toma alguna. No hace ni un año decidió quedarse junto al Cholo, arropado por Godín, una de las voces autorizadas de un vestuario que encara los días finales de un equipo que ha rozado la cima, obligado así a una importante remodelación. Las finales perdidas de la Champions en Lisboa y Milán quedan como heridas que nunca cicatrizarán. El año pasado quedó además fuera por el modesto Qarabag; en este, la poderosa Juve ha frustrado el objetivo.

A Griezmann le pasa como a Simeone. Tras ganar la Liga Europa con el Atlético y el Mundial con Francia en Rusia, iniciaba un curso definitivo para tomar asiento en la mesa donde comen a diario Messi y Ronaldo. Pero se ha quedado fuera del comedor y pisará mañana el Camp Nou, un estadio que pudo ser su casa pero donde no ha marcado ni un solo gol en los 12 partidos que ha disputado (siete con el Atlético). Apremiados están todos para salir con esperanza de Barcelona, porque si no la primavera será igual de dura que la que vive el madridismo.