Pasaban las 13.30 horas y el número de aficionados, seguidores o simplemente curiosos que se agolpaban en el Eurostars llegaba a los dos centenares. Básicamente, para verlo a él. Leo Messi fue el nombre más repetido a las puertas del hotel cordobés durante las dos horas que algunos cordobeses llegaron a esperar a la expedición azulgrana. «¿Que llegan a las dos?», preguntaba uno. «Claro, de Sevilla hasta a aquí es una hora por lo menos», le respondía el amigo. «Es que yo trabajo, si no, me quedaba», remató, para enfilar hacia República Argentina. Pero el resto se quedaron allí, obedeciendo a las casi dos decenas de agentes que controlaban que todo marchara como era debido, a 20 metros de la puerta del hotel, contenidos por las vallas.

Todos «hacemos nuestro trabajo», como señaló un agente a algún aficionado, aunque algunos ponen excesivo celo posiblemente, no queriendo entender en algunos momentos las situaciones tan puntuales. Pero es lo que hay. Otro chaval reconocía la tabarra dada en casa. «Llevas dos días inaguantable con que viene, que viene», contaba un joven sobre lo que le decía su padre, a lo que él contestaba que «a ver, cada uno tiene su pasión, tú, las motos y yo, el Barça».

Llegaron los buses del Barcelona (dos, por las normas anticovid) y el desfile de los protagonistas fue a la velocidad que demuestra el propio Leo Messi dentro del área. «¡Alba! ¡Alba! ¡Busquets! ¡Busi! ¡Griezmann! ¡Griezmann!». Cada aparición de un jugador llevaba aparejada los gritos de los aficionados, que inútilmente pretendían que los futbolistas se acercaran. Algún saludo lejano con la mano y poco más. «Los he visto a todos, a todos. Llevo aquí un rato esperando, pero he visto hasta a Koeman». El poder ver a quienes habitualmente se les contempla por la TV lleva también a una curiosa excitación, inexplicable en cierto modo. Pero así es el fútbol.

Sin embargo, el recibimiento a la Real Sociedad fue, digamos, más terrenal. Apenas 30 o 40 personas esperaban en el Córdoba Center a la expedición donostiarra, que llegó unos 45 minutos después de la azulgrana a la ciudad. «¡Mikel Merino! Hazte una foto con él, hombre, que es de Pamplona». El centrocampista navarro, hijo de un clásico del fútbol que jugó, entre otros, en el Celta, fue posiblemente el más comprensivo y amable. Media docena de fotos, un par de autógrafos y un saludo con el pulgar arriba para despedirse.

Lo más llamativo de la llegada de la Real lo protagonizó un jovencísimo aficionado al Barça. Aday, que no llegará a los 10 años, llegó con su madre y su hermano Thiago al Córdoba Center. «Y querías tú traerte la camiseta de Messi para que te la firmara, amos, anda», le decía entre risas un abuelo al chaval, que controlaba a su hermano pequeño, que intentaba meterse en una de las furgonas de la policía. Hubo que forcejear de alguna manera con algún agente, pero Aday se llevó al final su autógrafo de Imanol Alguacil, entrenador donostiarra, que igual no se percató siquiera de que Aday llevaba su mochila del Barcelona.

Aunque la madre se quejaba del excesivo celo del agente -posiblemente con razón- Aday, ajeno a las cosas de los mayores, solo iba comentando a todo el que le quería escuchar que llevaba el autógrafo del míster de la Real.

Pero en general, y a pesar del punto descafeinado al que obliga la pandemia, la llegada del Barcelona y la Real Sociedad para disputar la semifinal de la Supercopa se hizo sentir también en la ciudad. «Cuando pase todo esto, a ver si la vuelven a traer, que es lo que deberían para llenar El Arcángel, que aquí hay ganas» de fútbol, decía un abuelo cuando su mujer, una vez los culés dentro del hotel, le dijo: «Manolo, vámonos para casa que aquí ya está todo visto».