Existen desde que tenemos uso de razón, hemos mantenido con ellos una convivencia más o menos pacífica, pero en los últimos años se han expandido a modo de peligrosa pandemia. El spoiler, ese incómodo detalle que nos desvela una parte fundamental de la trama de una ficción y arruina nuestra experiencia al acercarnos a ella, forma ya parte de nuestras vidas y ha condicionado hasta el paroxismo las nuevas formas de consumo audiovisual. Puede que nos hayamos vuelto algo majaras con los spoilers. Esta información, por cierto, contiene spoilers.

La serie Juego de tronos y la película Vengadores: Endgame han supuesto un punto de inflexión en un fenómeno que asola las redes y desata la ira de millones de usuarios refractarios al spoiler. Se trata de dos casos muy específicos elevados a la categoría de acontecimiento, que llevan años acompañando a toda una generación de espectadores y que de alguna manera sirven para poner de manifiesto que los productos culturales de masas siguen importando, afectando incluso emocionalmente, y generando frondosos debates.

El origen del spoiler -término derivado del inglés to spoil (arruinar) y que Fundéu recomienda traducir por destripe- procede de la noche de los tiempos, pero, puestos a ponerle fecha, podríamos situarlo en 1960, año en que Alfred Hitchcock estrenó Psicosis, una película que tenía la particularidad de jugar con las expectativas del espectador tanto en el prólogo como en el final. Por esa razón, el director avisó en la campaña de promoción de que los espectadores que ya la hubieran visto se abstuviesen de desvelar los giros de la trama para no arruinar la sorpresa a los que se acercaran a ella por primera vez. Hitchcock, siempre tan listo, había vuelto a revolucionar el cine con otro concepto, el spoiler, que forma ya parte de nuestro vocabulario básico cinéfilo (y seriófilo). ¿Las consecuencias? Se despertó el morbo pero también tuvo un impacto en las formas de consumo: ya no se podía ver una película que estuviera a la mitad en una sesión doble. «José Luis Garci se ha puesto con Juego de tronos a partir de la octava temporada, y al parecer la está disfrutando muchísimo. Recordaba que cuando era pequeño la gente entraba al cine, aunque estuviera avanzado el metraje, y después se quedaba para ver el inicio de la película. Ahora eso resultaría imposible porque todo se ha vuelto mucho más lineal», cuenta el periodista Noel Ceballos, autor del libro Internet Safari y experto en vida digital. «Si coges una revista de los años 80 de televisión, en ella se anunciaba en portada que Chanquete moría en Verano azul. Y precisamente ese era el gancho para que el público viera el último episodio», continúa. ¿Sería eso posible ahora? Rotundamente no.

Rozando la paranoia

¿Se ha convertido entonces la plaga del destripe en una enfermedad? «La obsesión por mantener el factor sorpresa intacto roza en muchos casos la paranoia», afirma Elena Neira, profesora de los estudios de Comunicación e Información de la UOC. Concepción Cascajosa, profesora de Comunicación Audiovisual de la Universidad Carlos III, opina que el spoiler forma ya parte de la experiencia de consumir series. David Pulido, guionista de la película Tarde para la ira, de Raúl Arévalo, ha comenzado una cruzada personal contra los spoilers en su cuenta de Twitter. «Es algo que entraría más en el terreno de la psicología o la sociología. Hay gente que se levanta para ver el capítulo de Juego de tronos y se pone directamente el final para tuitearlo a los dos minutos de haberlo colgado. Muy loco».

Para Javier García Rodríguez, escritor y profesor de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada de la Universidad de Oviedo, el espectador se ha convertido en un creador de contenido, y el sentido de una obra lo forma la cadena de respuestas que genera. «Así, se debatiría entre su deseo de inmediatez y de inocencia».

Las redes sociales

Las redes sociales han contribuido a expandir el fenómeno hasta llevarlo a sus últimas consecuencias. En la época de El sexto sentido (1999), la transmisión de los destripes era básicamente de carácter oral. M. Night Shyamalan recogió el espíritu de Hitchcock y volvió a darle un nuevo sentido a la cuestión argumental. Pero como advierte Casas, en aquel tiempo no resultaba tan ofensivo.

Porque… ¿cuándo prescribe un destripe? ¿Cuándo se puede abrir la compuerta y decir sin miedo a la colleja que Anthony Perkins es la madre, que Bruce Willis está muerto o que la Viuda Negra se sacrifica para salvar al mundo del puño de Thanos? No hay una respuesta concreta, pues el tiempo es un concepto relativo, pero el sentido común nos hace pensar que un spoiler debería caducar a las 24 horas de su emisión y uno cinematográfico lo debería hacer tras el primer fin de semana de su estreno. Los académicos consideran que el spoiler es un obstáculo en su trabajo. «Sin desvelar el final, casi siempre es imposible el análisis crítico», opina Jordi Sánchez-Navarro, director de los estudios de comunicación de la UOC, quien considera, sin embargo, que «explicar un giro importante de la trama cuando el capítulo o la película llevan apenas unas horas en circulación me parece una falta de respeto». En definitiva, se trataría de aplicar el sentido común. Como apunta García Rodríguez, «todo depende de la necesidad de cada espectador por hacer amigos o enemigos».

J.J. Abrams, en Perdidos (Lost), fue uno de los primeros en utilizar las ventajas de las redes sociales para avivar el interés del fandom. La naturaleza de la serie propiciaba las interacciones, pero cada vez el público se volvió más y más exigente. Hasta llegar a la firma de más de 250.000 fans de Juego de tronos en Change.org, que piden que se vuelva a rodar la última temporada para que se amolde a sus expectativas. Internet se ha convertido en un magma incontrolable y, como dice Sánchez-Navarro, un ecosistema ideal para el egocentrismo: «Tan egocéntrico es creer que tenemos el derecho a decir lo que queramos sin preocuparnos de si arruinamos la experiencia de otro como creer que tenemos derecho a que nadie nos cuente el final de nada».