Hacía mucho tiempo que Salvador Morera (Peñarroya-Pueblonuevo, 1944) no colgaba su obra en Córdoba, una ciudad que está decorada con varias de sus piezas y en la que este artista trató de hacer de su casa un museo y hasta montó un bar con intención de convertirlo en un pequeño centro cultural. Los vaivenes de la vida lo han colocado ahora en primera fila con una doble exposición en la Diputación y en la Fundación Botí, donde ha reunido una retrospectiva de su obra y en esta última sala aún se puede ver hasta el 2 de marzo. Todo un revulsivo para este artista, que reconoce «haber desatendido» su trabajo en los últimos años.

-Ha reunido cuatro décadas de trayectoria en 88 obras. ¿Cómo se ha planteado esta exposición?

-He estado acumulando una producción que, incluso, he podido vender, pero no quise hacerlo porque pretendía reunir esta colección y presentarla a entidades o instituciones como la Diputación, que la acogió inmediatamente. Entre otras piezas, hay un retrato de Mari Carmen, mi primera esposa y madre de mis hijos, que empecé en Bruselas y terminé a mi vuelta a Córdoba. Nunca me quise deshacer de él, y como esta algunas otras obras, siempre con la visión de tener una colección digna de toda mi producción. Y lo mismo con las vidrieras y la escultura. Incluso he comprado obra mía para poder reunir piezas desde los años ochenta hasta ahora. En realidad, es toda mi colección, y en el caso de la escultura, algunas las han cedido sus propietarios. Las que hice de obra pública para Córdoba se pueden ver en un video.

-¿Qué ha sentido al mirar atrás?

-Ha sido un ejercicio de nostalgia. Por ejemplo, durante un tiempo hice una serie sobre el Mediterráneo, y hoy veo esos cuadros expuestos y creo que llevaba razón al pintarlos, sobre todo porque ahora conocemos en qué condiciones está ese mar. También llevaba razón con mi homenaje a Mari Carmen, a la que le hubiera encantado ver esto. Y también me siento muy bien cuando llegan los alumnos de institutos y me preguntan detalles de los cuadros. Creo que los artistas deberíamos atender muchos más a los escolares y responder a sus preguntas, aunque algunas veces sean impertinencias.

-¿Qué ha significado para usted esta muestra?

-Ha sido una gran satisfacción porque ha ocurrido que muchos cordobeses que han venido y han visto el video de mis nueve obras públicas instaladas en Córdoba no sabían que eran mías y pasaban por delante cada día.

-Hacía tiempo que no se oía hablar de Salvador Morera. ¿Por qué?

-A nivel personal, he cometido errores imperdonables. Cosas que he hecho muy mal, he desatendido mi trabajo y, aunque me duela decirlo, incluso a mis hijos, de los que nunca he recibido un reproche. Esta exposición ha sido un revulsivo tras diez años desatendiendo mi trabajo, gracias a lo cual he reconocido dónde he fallado y dónde no se puede volver a fallar. Y estos diez años en los que he estado haciendo el imbécil los tendré siempre encima, pero esto me ha obligado a trabajar más.

-La crítica social tiene una gran fuerza en su obra. ¿Es una necesidad para usted o un deber?

-Las dos cosas. Cuando estaba colocando la exposición en la Diputación fue imposible no recordar que en esa casa viví yo cuando era un colegio de huérfanos y corría delante de los que me daban palos. Aquello era infame, sobre todo para los que no teníamos familiares que vinieran a vernos. Me dejaron huérfano con tres años, pero no es ese el motivo de la crítica que yo abordo en mi obra. Eso se olvida con el tiempo, la cuestión es que cuando volví de Europa me di cuenta que de muchas cosas seguían igual, y en los tiempos actuales ocurre lo mismo. Los bancos tienen debajo de sus grandes carteles a hombres durmiendo a dos grados bajo cero. Si el periodista lo escribe y el cineasta lo graba, ¿por qué no lo va a mostrar el pintor?

-Una de sus instalaciones, ‘Catorce Rosas’, reflexiona sobre una época en la que se mataba en nombre de la patria. Su padre también fue una de esas víctimas. ¿Cree que este país ha saldado su deuda con estas personas?

-Se debe olvidar y empezar de cero, pero es que todavía hoy hay gente que dice que esas mujeres, las Catorce Rosas, eran criminales. Es increíble. Yo no sé donde está mi padre. Si alguien me hiciera el favor de decírmelo, lo agradecería y lo miraría sin rencor.

-Escultor, pintor y ceramista. ¿Utiliza cada disciplina con algún objetivo concreto?

-No. Depende. Las vidrieras, generalmente, las hago por encargo y la primera que hice fue la cúpula del restaurante Almudaina hace casi 20 años.

-Realismo, cubismo, impresionismo, surrealismo… ¿Cuál diría que es la técnica con la mejor se expresa?

-Durante mi estancia en Bélgica y Holanda me sentí muy influenciado por Van Gogh, su fuerza expresiva y su desvergüenza. Cuando vi que no conseguiría hacer un Van Gogh, me incliné hacia el surrealismo, para lo que se necesita dibujar muy bien. Pero esto te cansa, y acabé en el impresionismo y expresionismo. Y esto me llevó al poscubismo, que es lo que estoy haciendo ahora.

-Su obra figura en algunas plazas y calles de la ciudad, y cuentan que hizo el escudo de Córdoba para el Ayuntamiento, que acabó desapareciendo.

-Realmente, eso no es así y me alegro de poder aclararlo. Me encargaron ese trabajo por la visita del Rey para la inauguración del Ayuntamiento. Hubo un lío diplomático y finalmente el monarca no vino. Pero el escudo de Córdoba sigue allí. Lo que se destruyó o desapareció fue un mural mío que se instaló en la recepción de famosa Casa de Cristal de la plaza Juda Levi. No quisieron o supieron decirme en qué escombrera acabó, y era una pieza única inventariada y catalogada como patrimonio de la ciudad.

-En un tiempo tuvo intención de convertir su casa en un museo. ¿Qué ocurrió?

-Compré una casa en ruinas, y para desgracia mía tenía la calificación de BIC. Cada ladrillo que ponía se miraba con lupa, pero nadie subvencionaba nada. Estuve nueve años de obras, viviendo y trabajando allí, y llegó un momento en que se convirtió en insoportable, una auténtica ruina, y se malvendió.

-También puso un negocio, el Lindaraja. ¿Con qué intención?

-Yo quería hacer en Córdoba, pretenciosamente quizá, un Café Gijón donde se leyera poesía, se escuchara música suave, se expusiera arte... Empezó muy bien, pero al poco tiempo se cerró porque al final la gente parece que quería lo mismo que daban los demás.

-Últimamente se han inaugurado importantes exposiciones de autores cordobeses en la ciudad. ¿Cree que vivimos un momento especial?

-Creo que es una huida hacia adelante, se han hecho las cosas muy mal. Es la única ciudad que yo conozco de cierto número de habitantes que no tiene una galería privada de arte, que es donde se bate el cobre el pintor, donde hay que aguantar a todos.

-¿Qué necesita Córdoba para levantar a sus artistas?

-Para empezar, galería privadas y, desde luego, un museo de arte contemporáneo.