A sus casi noventa años, Clint Easwood sigue manteniendo un pulso excelente a la hora de colocarse tras la cámara. Vuelve con una historia sobre cómo el poder (político, policial y mediático) puede usar todas sus armas para hundir a un inocente y, siendo todo un héroe, difundir una falsedad que lo transforme ante la sociedad en villano. Y no es la primera vez que narra este tipo de relato, de hecho se podría considerar una constante en su filmografía. Mientras disfrutaba del filme, no podía dejar de pensar en Sully, la película sobre el piloto aéreo que consiguió aterrizar en el río Hudson y salvar la vida de sus pasajeros, aunque luego le quisieran culpar de lo acontecido. Se trata de limpiar la imagen de unos tipos sencillos y comunes que, en determinado momento de su vida, realizan un acto heroico y la sociedad en lugar de pagárselo como debiera les acusa falsamente de lo contrario.

Aquí, el protagonista es un guardia de seguridad encargado de velar por que las cosas discurran con normalidad en un concierto musical durante los juegos olímpicos de Atlanta en 1996. Paul Walter Hauser es el magnífico actor que da vida a este sencillo personaje, tan celoso de su trabajo que casi podría ser una caricatura y por lo que su hoja de servicios no está demasiado limpia, pues vive con excesiva dedicación su labor en la seguridad de los espacios que vigila. Su vida cambiará cuando se percate de que alguien ha dejado una mochila en medio del público y hará lo imposible para denunciarlo ante la incredulidad de sus colegas. Salvará muchas vidas, pero lo convertirán en un falso culpable que tendrá que defender un peculiar abogado ante las infamias que publica una periodista trepa que consigue sus informaciones por la vía sexual con agentes del FBI. Muy recomendable, por lo que nos cuenta, así como por las estupendas interpretaciones que contiene.