Orquesta de Córdoba

Director: Carlos Domínguez

Programa: Obras de Piazzolla, Matos y Tchaikovsky

El título del cuarto concierto de abono de la Orquesta de Córdoba, Es la vida alegría y tristeza, encontró fiel reflejo no sólo en las obras programadas, sino también en la excelente interpretación que ofrecieron orquesta, director y solista. El concierto -de fuertes contrastes tanto entre las obras como entre los sentimientos y afectos que cada una de ellas despierta- comenzó con el Concierto para bandoneón, Aconcagua de Piazzolla, con un magnífico Raúl Jaurena, que desgranó melancolía y fiereza en las cadencias junto a una orquesta sobre la que Domínguez-Nieto ejerció una dirección absoluta. La delicada atmósfera del pasaje camerístico del Moderato y su desenlace en el nostálgico lamento de Jaurena dibujaron un suave paisaje que, al arribar al Presto, se tornó abrupto, con trazas de oscuridad, armado en sus síncopas, expansivo y enérgico, desembocando en un güiro oscuro y rotundo. Bárbaro.

Tomó Jaurena el micrófono unos minutos para hablar del bandoneón y su sonido antes de acometer La Cumparsita, de Matos, en un arreglo del propio Jaurena que mereció una gran ovación del público. Desde los primeros compases de la Sinfonía nº6 en si menor, Op. 74 Patética de Tchaikovsky, casi cavernosos, Domínguez-Nieto fue construyendo la obra con un atento manejo de las dinámicas -cuajado de inflexiones- y un fraseo estilizado e intenso. Los abrumadores crescendos, sostenidos hasta el límite de lo posible o algo más allá, la dulzura del Allegro con grazia, la firmeza y urgencia del Allegro molto vivace y el Finale, cada vez más terrible y oscuro, dejaron al público en tal estado que pasaron unos instantes hasta que nos atrevimos a romper el sagrado silencio al que nos entregó la última nota. Bárbaro. Me repito, lo sé.