Discreta, huidiza, esquiva, pero también abierta y colectiva. Así es el alma de Córdoba, según la incursión que ha hecho Manuel Pimentel al interior de una ciudad que le enamoró en su juventud y que ha analizado a través de sus momentos festivos en el libro Teoría de Córdoba. En esta nueva obra, el exministro se centra en la alegría desbordaba del mayo festivo y en la lucida sobriedad de la Semana Santa.

-En su nuevo libro se adentra en el alma de Córdoba, algo bastante intangible. ¿Cómo ha llegado a ella y cómo es?

-Cada ciudad tiene un alma, y cualquier lector puede experimentarlo en su propia persona. Cuando va a una ciudad, siente algo distinto. A esa realidad del alma metafísica no se llega por la razón, sino por la percepción. Y eso es lo que yo hago, intentar acercarme a un alma que me enamora, pero que es muy profunda y discreta, a través del reflejo que deja en varias fases de su vida, entre otras, la fiesta. Por tanto, lo que hago es acercarme por un método a ese alma huidiza y esquiva.

-¿Hay que estar enamorado de una ciudad para descubrir su alma?

-No, hay varios tipos de acercamiento, aunque, sin duda, cuando se trata de emociones, sensaciones y percepciones, el amor es un buen guía siempre.

-¿Cuándo sintió el flechazo?

-Yo estudié en Sevilla y conocía algo de Córdoba, pero, cuando me vine a estudiar la carrera de Agrónomos y me llevaron por las calles de la Judería con aquellas novatadas que te hacían en el colegio mayor, quedé enamorado la primera noche. Me dije que algún día yo quería vivir aquí y, afortunadamente, así ha sido.

-Y decide descubrir lo más íntimo de esta ciudad a través de sus fiestas. ¿Cuál cree que la singulariza más?

-Córdoba tiene varios elementos que la definen mucho. Por ejemplo, su forma de celebrar los peroles, o las peñas y su tipo de organización y las tabernas y su ambiente, que es un reflejo de la ciudad. Pero yo me he querido centrar en sus fiestas grandes, y para mí son dos: la Semana Santa y las fiestas de mayo. Ambas entran dentro de las grandes corrientes de las celebraciones andaluzas, pero se singularizan en Córdoba. Llama mucho la atención cómo una ciudad que es muy discreta, callada y esquiva tiene ese auténtico exceso de alegría, esa orgía sentida de mayo. Es como si se concentrara y explotara, ninguna otra ciudad tiene la concentración festiva de Córdoba. Es como si la alegría que late en el interior hubiera que exteriorizarla, y se hace un mes de mayo florido y luminoso. En cuanto a la Semana Santa, recoge esa tradición de sobriedad, pero quiere lucirse. Es una oración colectiva, es una ciudad que se hace Semana Santa y que reza en forma de procesión.

-¿Con cuál de nuestras tradiciones se identifica más?

-Cada momento me identifico con una u otra. Además, todo depende del estado de ánimo que se tenga. Ha habido veces que he disfrutado mucho de la Semana Santa de Córdoba, y también lo he pasado muy bien en la Feria, en los Patios o en las Cruces. Aunque creo que la fiesta más especial y singular de la ciudad es la de los Patios, que, además de que no existe en otros lugares, recoge ese alma colectiva, discreta, interna, se abre a la gente de fuera. Es una fiesta única, muy caracterísica, que sintetiza el alma de Córdoba.

-Con su pasado como representante público. ¿Dónde diría que hay más política, en la Semana Santa o en el mayo cordobés?

-La política está en la vida, nos envuelve, y la odiamos y amamos a partes iguales.

-¿Con qué periodo de la historia de Córdoba se siente más fascinado?

-Como caminante, siempre en el paso que piso. Lo que más me gusta es el mundo que habito y la jornada que cada día me toca. Históricamente, Córdoba ha brillado con luz propia en dos momentos: como capital de la Bética y, sobre todo, como capital de un califato. Y eso ha conformado muchísimo su alma. Córdoba fue capital de un imperio, los califas fueron grandes emperadores. Emperadores hispanos, ahora que quitan estatuas de Abderramán III, lo que demuestra la incultura de quien lo hace. Ese momento es el que ha configurado parte del alma de Córdoba discreta y huidiza, porque esa ciudad que todo lo fue tuvo que digerir, paciente y filosóficamente, el convertirse en una ciudad de provincias un poco orillada del vértigo de los siglos y del poder.

-También tiene una clara faceta de mediador que hasta lo llevó a protagonizar un anuncio de Ikea. ¿Cómo está viendo las negociaciones para formar Gobierno? ¿Saben ceder los políticos o es una asignatura pendiente?

-Los políticos saben ceder, lo que ocurre en nuestro país es que los que no sabemos ceder tanto somos los votantes de los partidos. Cuando uno ve que sistemáticamente cambian las personas, los partidos, pasan los años y los comportamientos son muy similares, tenemos que empezar a pensar que no solo tienen responsabilidad los partidos, sino todos nosotros, los que exigimos a las personas que votamos. Y es verdad que el votante de un partido tiende a exigir a los suyos fiereza contra el otro, distinción, y eso hace que los pactos sean difíciles, no tanto por las propias personas, sino también por los valores, ideologías e intereses que representan.

-¿Vislumbra alguna salida?

-Yo creo que, al final, habrá Gobierno. Lo que está pasando en España no es sustancialmente distinto a lo que sucede en otros países de Europa.