Las reivindicaciones del derecho a una cultura diversa suelen abordarse a veces desde el grito convulso, y no desde la muestra de las peculiaridades que le son propias para diferenciarse de otras culturas específicas. El camino desde esta perspectiva debe orillar la tentación fácil de intentar anteponerse a otras definiciones. El flamenco puede ser una vía de expresión que es entendida con mayor facilidad por nuestras latitudes, y camino escogido para expresar algo que pertenece al patrimonio de los universales del sentimiento, en este caso interpretado por un grupo de mujeres.

Se daban los precipitantes para que esta propuesta encontrara eco favorable en los espectadores que acudimos al Parque de la Asomadilla en la noche del 25 y a partir de la propuesta de Cultura en Red. Los textos de Paca Torres y Jesús Leirós, con las magníficas fotografías de Luis Rivera, contaron con la colaboración de la Asociación de Mujeres Al Alba. Las protagonistas en el escenario, sabiamente dirigido por Irene Lázaro o mujeres que recitan y mantienen el hilo conductor, como lo fue Paca Torres, con el cante de Milagros Salazar, la guitarra del santanderino Luis Dávila, Eles Bellido al violín Daniel Morales Mawe, en la percusión, y Sonia Monje al baile, consiguieron el aplauso cómplice de los que allí estábamos. El sugerente nombre de Gitanas es un recorrido en el tiempo y en un espacio amplio de mujeres de esta cultura singular que contó con la referencia a la aportación de Carmen Amaya o Rosario Flores, amén de otras mujeres de Europa y Estados Unidos que chocaron con la incomprensión en su tiempo. Milagros Salazar tiene un registro que emociona, tanto da en la interpretación por seguiriyas, como en el cante a capella, tanto da con letras del Romancero gitano de García Lorca o el de «la aurora de Nueva York tiene…», de Poeta en Nueva York morentiano y del canadiense Cohen. ¿Y qué decir de la engañosa y menuda fragilidad de Sonia Monje?, con sus giros y evoluciones en el escenario aparte de su exhibición en conjunción de danza y pura expresión corporal. El violín de Eles Bellido nos emocionó en igual medida, o el guitarrista Luis Dávila, que nos recuerda, diferencias aparte, a la maestría de su paisano santanderino Alejandro Martín Bada, consagrado en el concurso nacional en los años sesenta con sólo dieciocho años aún. Mawe, artista de una probada formación y calidad, nos confirma en sus apariciones la sabiduría que encierra; Irene Lázaro dio unas pataítas que confirman lo misceláneo de su conocimiento, en un improvisado fin de fiesta en el que Paca Torres también aportó lo suyo. Es lo suyo puro mérito desde el autodidactismo que tuvo su surgimiento en Palma del Río, donde tuve el placer de presentarla allá por 1984 en el IES Antonio Gala, con la compañía de Curro Díaz y Manolo Silveria. Todo fue memorable, con la esperanza de que no sea flor de un día y que la feliz iniciativa tenga capítulos posteriores.