Le inspiraban los rostros y los paisajes, y como nació en el barrio de Santiago, el ambiente de La Corredera también influyó en la obra de la pintora cordobesa Lola Valera, que falleció ayer, a los 91 años, un año y medio después de la pérdida de su marido, el también artista Tomás Egea, uno de los padres de la modernidad en Córdoba. Junto a él, participó activamente en la vida cultural de la ciudad, que, en los años 60 giraba en torno al Círculo de la Amistad, el cine club y el Círculo Cultural Juan XXIII.

No pintaba desde hacía mucho tiempo debido a una artrosis que apenas la dejaba salir de su casa, aunque no por ello perdió el vínculo con el arte, que tenía instalado en su propio hogar, de donde solo salía para acudir a la tertulia que mantuvo durante décadas con un grupo de amigas. Mujer de carácter sobrio y reposada sensibilidad, se inclinaba por las cosas sencillas y en estado puro, y su última exposición en solitario fue una antológica que se organizó en el año 2008 en la ermita de la Candelaria con motivo del centenario de Bodegas Campos. Y precisamente con este establecimiento mantuvo siempre una fuerte relación e, incluso, colaboró, junto a su marido y Paco Campos, en la renovación de su imagen a finales de los años 50.

Recién casada, se instaló en París junto a su esposo y allí convivió con los artistas de Equipo 57, aunque la pareja regresó pronto a Córdoba, donde ambos continuaron su carrera, aunque ella siempre fue muy hogareña y estuvo pendiente de la familia. Tanto que, después de acabar los primeros estudios de arte, tardó bastante tiempo en continuarlos en Sevilla y Madrid. «Mi marido se enamoró de mí mirándome los pies entre caballetes», llegó a decir una vez la pintora, cuyo largo matrimonio con Egea contribuyó a amar aún más el arte.