Más que una película, parece un capítulo piloto y alargado de la serie que muchos conocen por el mismo título. Eso sí, proyectado en una pantalla mucho más amplia. Así pues, Downton Abbey parece un producto destinado a cumplir las expectativas de los numerosos seguidores que tuvo esta saga televisiva durante las seis temporadas en que se emitió. No obstante, si el espectador es ajeno a lo que emitió la pequeña pantalla, puede que al principio sienta cierta confusión con la llegada de tantos personajes desconocidos durante la trepidante presentación que se realiza en los primeros minutos del film.

Sin embargo, aquellos que conocen la historia de cada uno de los miembros de la aristocrática familia y sus empleados, seguro que no se sentirán defraudados. La ambientación es sencillamente deslumbrante, como solo saben hacerla los británicos. Vestuario, peluquería, maquillaje, localizaciones, escenografía, fotografía y dirección artística... impecables. Y las interpretaciones son magníficas, capitaneando el reparto la veterana y magnífica Maggie Smith haciendo de las suyas.

La trama principal está construida a partir del anuncio de una visita del rey y la reina de Inglaterra a la mansión que da título a la cinta. Estamos en 1927 y la noble familia Crawley, así como su carismática servidumbre, se preparan para tal honor con cierta preocupación. Un buen número de subtramas afloran en el relato, haciendo así de lo más atractiva la función, porque al estar sustentado el guión en los diálogos, el aspecto del texto es de lo más teatral, saliendo a la luz temas de todo tipo, quizás con un ritmo demasiado acelerado.

Deudora de precedentes como la serie televisiva de los años setenta Arriba y abajo, aquí en la campiña inglesa lo rural sirve de escenario para el relato de época que ha filmado Michael Engler.