Tras la aparición y buena acogida por parte de la crítica con El nervio óptico, María Gainza continuó aprovechando el mundo de la pintura como referente para su nueva obra, La luz negra. La escritora argentina, antes de su dedicación literaria, tuvo relación profesional durante muchos años con el mundo pictórico y galerista, de ahí que conozca de primera mano tan complicado universo. Donde egos, postureos, falsificaciones y trepas abundan.

«Para entender la pretensión de esta novela, a veces remedo de catálogo, a veces visita guiada a una exposición, a veces diapositiva, podríamos aportar un principio que podría esculpirse en grandes letras y cada cual elegir la parte del mundo artístico que prefiera vivir (incluso de él): «un artista sin obra es una obra de arte en sí misma». Esta premisa ayuda a transitar por la narración acompañados de un personaje que en realidad tampoco tiene una identidad real, La Negra. El lector debe aceptar que todo lo que lea pueda estar ubicado en la mentira. Cervantes abrió el camino y en pleno siglo XXI las posibilidades resultan descomunales.

Un aspecto también destacable lo aporta la contextualización de un mundo decadente, que nos remeda el de aquellos aristócratas rusos posrevolución, o el extinto ambiente cortesano austrohúngaro, unos verdaderos y otros postizos, con ese aire de sobrevivir desayunando caviar y champán con la necesidad diaria del engaño para huir hacia delante, una banda de falsificadores calificados como «melancólicos», unidos para timar a los pudientes, que necesitan el arte para la apariencia.

El siglo XXI es el de la reproducción sistemática, donde el modelo incluso queda relegado ante la copia, pero a mediados del siglo anterior todavía quedaba un trecho entre original y falsificación en la pintura.

Recordemos el curioso y novelesco realismo mágico de Elmyr de Hory, nacido en Budapest en 1906 como Hoffmann Elemér, con una vida al límite descubrió que la copia enriquecía como (o más) el original cuando una dama parisina, sobrada de dinero que respondía al nombre tan dandy de Lady Campbell, descubrió en la buhardilla del húngaro un óleo copia de un Picasso. Lo creyó original y desembolsó tal cantidad de francos que activó un proceso que llevaría a más de mil fraudes, algunos -se dice- incluso perviven catalogados como originales del malagueño, de Matissse, Renoir o Modigliani.

Podemos leer la reflexión de uno de los personajes: «Una escuela de arte es una escuela de falsificadores en potencia. Todas las escuelas fomentan la copia porque no hay otra forma de enseñar arte que no sea imitando al pasado». Pero tal vez en la copia hay cierto halo de permisividad si es proceso, al menos en la pintura. No se apreciaba tal actitud en la pintura pero he conocido el caso de una incipiente autodidacta que expande manchas de colores, se preocupa más de comprar lienzo caro a buen precio y firmar con letras grandes que de hacer copias para aprender. La Negra, ese personaje central enigmático, es lo contrario, la exaltación de lo repetido, la falsedad de la autoría.

Se agradece el humor en la escritora argentina para digerir nombres y lugares, situaciones referenciales de la intelectualidad. De un personaje dicen que «ha muerto en La Paz», el interlocutor inquiere «¿En Bolivia?» y se encuentra la sorpresa, «No, en el bar La Paz». Libro complicado, pero interesante.

‘La luz negra’. Autora: María Gainza. Editorial: Anagrama. Barcelona, 2018.