Son mujeres, están todas en la treintena y las tres comparten un pasado económicamente complicado y un presente mucho más amable. Son tres caras, pero representan a más de un centenar de compañeros de trabajo. Todos han pasado por la misma situación: perdieron su empleo, llevan tiempo intentando volver al mercado laboral con poco éxito y tienen cargas familiares y facturas que pagar.

Son los beneficiarios del convenio de colaboración entre la delegación municipal de Servicios Sociales y la Empresa Municipal de Saneamientos de Córdoba (Sadeco) para el desarrollo del Plan Municipal de Inclusión Activa 2020 dirigido a personas en riesgo de exclusión social con dificultades para acceder al mercado laboral.

Este acuerdo permite la contratación temporal de quienes tienen más dificultades. Su trabajo consiste en complementar la labor que realiza el personal de Sadeco en limpieza viaria, como dejar «niquelaos» los patios de los colegios o arrancar los carteles que inundan las paredes. Se encargan también de quitar los residuos de jardines y terrizos o de eliminar las hierbas que crecen entre los adoquines.

Diop, Margarita y María José comenzaron a trabajar en junio y las tres en limpieza viaria. Da igual con cuál de ellas hables porque sin diferencia ninguna les sale la sonrisa cuando se les pregunta por el trabajo, que durará seis meses

Diop tiene 36 años. Llegó de Senegal a Córdoba cuando acababa de cumplir los 20, siguiendo los pasos de su padre, que pasó tres décadas en la ciudad como vendedor de artesanía africana en mercadillos. Cuando le llegó la hora de jubilarse regresó a su país.

Diop se quedó, trabajando como interna al cuidado de personas mayores, una tarea que requiere de mucha paciencia y dedicación y que no tiene horario. Su piel morena no fue aceptada por igual entre quienes la contrataron y dice que sintió la daga del racismo en más de una ocasión.

A finales del pasado año llegó su marido de Senegal con la firme intención de encontrar un trabajo, vivir con su mujer y criar al bebé de ambos porque con el nacimiento del pequeño Diop ya no podía continuar con su trabajo de interna. Pero entonces apareció el dichoso coronavirus. ¿Y hora qué?

Afortunadamente para ella y su familia la llamaron para incorporarse al plan Sadeco Integra y ahora respira más tranquila. Puede pagar el alquiler, alimentar y vestir a su hijo, mantener la casa y mandar dinero a su madre, a la que tiene a miles de kilómetros. Dice que en su trabajo nuevo está realmente feliz, que disfruta mucho con sus compañeros y compañeras y que aquí nadie le mira mal por tener la piel oscura. No, oscura no, de azabache senegalés.

Pasar de cero a cien

María José Adarve tiene 37 años, 6 hijos, y hasta hace algo más de un mes ni ella ni su marido tenían trabajo. Sobrevivían como podían, gracias a los familiares y a los alimentos y ayuda de emergencia que les proporcionó Servicios Sociales: 450 euros mensuales durante tres meses por ser familia numerosa, relata.

Su situación, como ella misma describe, era «malísima» y ahora «bastante mejor». Tener un sueldo alivia bastante la situación, aunque reconoce que como en meses anteriores «se han ido atrasando pagos y demás», hasta que uno se pone al corriente» pasa un tiempo, pero bueno, ya no es lo mismo.

Mientras ella trabaja, de 07:45 a 13:30 horas, es su marido quien se encarga de cuidar a los niños, cuyas edades van de los 4 a los 17 años. Hasta que encuentre un trabajo estable es la mejor opción, relata.

María José señala que acceder a Sadeco Integra le ha permitido «abrir un poquito los ojos y salir del agujero en el que estaba» y se siente feliz de que le hayan dado esta oportunidad. Lo intentó trabajando como limpiadora de hogar, en una residencia de mayores y en lo que le iba saliendo, pero no hubo suerte. Hasta junio.

Margarita de las Heras estuvo muchos años trabajando en la empresa de construcción de su padre. Les iba bien hasta que llegó la crisis de 2008 y todo comenzó a ir cuesta abajo. A partir de ahí comenzaron a «no levantar cabeza». Aguantaron cuatro años más, pero a partir de 2012 se quedó en paro y comenzó a buscarse la vida, también limpiando y cuidando a mayores en sus casas. Tiene 34 años y tres hijos, una de ellos con discapacidad visual.

Dice que este contrato, que tiene hasta diciembre, le ha «cambiado la vida». En muchos sentidos, no solo porque le va a aportar cierta estabilidad económica, es que además «he conocido a gente» con la que se siente muy bien. «He hecho amigas y compañeras y por lo menos cambias tu ritmo de vida; sales, entras o te paras a tomar café».

El trabajo le ayuda a «tener la cabeza más entretenida», y «a pensar en otras cosas y no siempre en lo mismo», en «los problemas económicos, de vivienda, en el virus éste». Además se reconoce en sus compañeros y compañeras de trabajo, personas que están en su misma circunstancia «y quieras que no, dices: pues no soy la única».

Está contenta de que, «al menos hasta diciembre, o más», no va a tener problemas, «no me va a faltar nada en la casa» y no será necesario «estar pendiente del banco», sino de ir a trabajar. Y este verano saldrá sin reparo a comparar helados a sus pequeños y con la vuelta al cole podrá comprar los materiales escolares sin problema.

Margarita, Diop y María José son tres caras de la misma moneda, tres ejemplos de que el trabajo, además de dignificar, es capaz de salvar vidas.