Nace en Nadrid, en 1929.

Formación: doctor en Filosofía y Letras, licenciado en T eología y Ciencias Económicas y Empresariales e Ingeniero en Agricultura.

Trayectoria: sacerdote y jesuita, de la mano de la Compañía funda en Córdoba y dirige ETEA

Es serio, a veces hasta de maneras hoscas, y sin embargo tiene una enorme capacidad para ponerse en la piel del otro, para alegrarse o sufrir con él. Porque hay que decir que Jaime Loring está lleno de contrastes. Alto y de flexibilidad atlética --y eso que por culpa de un tirón en la espalda ya no juega al tenis--, nos recibe a la puerta de la casa de la Compañía de Jesús en la plaza de San Hipólito, donde reside, apresurado y un poco gruñón ("la puntualidad consiste en llegar a la hora exacta, no antes", suelta reprochando con cáustico humor inglés nuestros cinco minutos de adelanto a la cita). Pero en cuanto empieza a funcionar la grabadora, que es un minuto después del brevísimo saludo --Loring no se pierde en circunloquios-- me hace saber, sin soltar su semblante enfurruñado, que dispongo de todo el tiempo que quiera para la entrevista. Así que le tomo la palabra y paso con este sacerdote tan especial, aunque él se considere "un tipo normal y corriente", esta tarde otoñal en su despacho, que es como un búnker lleno de libros y archivos, con ventanas cerradas a cal y canto para que no se cuele el ruido de la calle, y una atmósfera cargada por el humo de los ducados que no para de fumar.

--Sacerdote, economista, profesor, perseguidor de la justicia social... Es usted una persona inclasificable.

--Bueno, primero que yo no soy inclasificable, soy una persona como otra cualquiera, más bien aburrida. Pero ante todo soy jesuita, esa fue mi opción y es la que sigue siendo. La Congregación General en su penúltima reunión marcó la defensa de la justicia y la promoción de la fe. Todo está en esa línea, trabajar por los marginados, influir en un pensamiento económico y social que asuma que la economía está al servicio de la globalidad de las personas y no del enriquecimiento de unos pocos. Esa es la línea en que yo me muevo.

--Y supongo que es también la que marca la fundación que desde el 2005 lleva su nombre.

--La fundación es sobre todo una cosa afectiva. La creó un grupo de antiguos alumnos cuando me jubilé. Pero es una fundación pequeñita que no va más allá de la prueba de amistad.

--En otra entrevista concedida a este periódico decía usted que no es "ni de izquierdas ni de derechas, soy yo". ¿En qué consiste esa autodefinición tan ontológica?

--(Ríe a carcajadas). Pues así tal cual. No estoy afiliado a ningún partido político; voto siempre en las elecciones, tengo mi manera de pensar, equivocada o acertada, pero no me guío por las consignas y los programas de los partidos de derecha o de izquierda, eso es lo que quiero decir.

--De cualquier sacerdote se espera la defensa de los más desfavorecidos, pero pocos lo han hecho con un corpus tan teórico y militante como usted, que incluso ha exportado su compromiso a Centroamérica. ¿Córdoba se le quedaba pequeña?

--No, mira, como muchas cosas en la vida, es producto de casualidades. En 1978 un compañero que estaba en el Paraguay me pidió que fuera a dar clase a la universidad de Posadas. Fui y volví en el 79, en plena dictadura de Videla, y vi que aquello era horrible. Todo el mundo tenía a algún familiar desaparecido. Estando allí seguí por la prensa la toma de Managua por los sandinistas y aquello me impactó, vi que había algo que podía acabar con todo aquello. A mi regreso a España me ofrecí al provincial de los jesuitas de Centroamérica para colaborar en lo que fuera. Aceptó y fui a la Universidad Centroamericana de Managua y así empezó. Siendo responsable de Relaciones Internacionales de ETEA promoví también la colaboración con El Salvador y La Habana, pero hoy se ha multiplicado por ochenta y nueve lo que yo dejé.

Hoy profesor emérito y doctor honoris causa desde hace tres años por la universidad nicaragüense a la que tanto ha ayudado, para Jaime Loring no existen extranjeros, sino personas, "y me da igual dar clase a cordobeses que a cubanos o franceses", dice. Y es que, añade, siempre se guió por un principio: "Para mí los nacionalismos son un error histórico, y si hablo del catalán y vasco eso ya es un disparate --afirma--. Suelo decir que los estados han pasado de moda, como pasó de moda la aristocracia a final del siglo XVIII, cuando empieza la revolución industrial y cobran importancia los empresarios. Hoy a quienes hay que desbancar es a los estados y poner en su lugar un único Estado, la humanidad".

--Supongo que en parte ese pensamiento humanitario tendrá que ver con su condición de religioso ¿Por qué eligió la Compañía de Jesús, y además siendo un niño de 12 años?

--Si te digo la verdad, yo nunca tuve una aparición de la Virgen para decirme que me hiciera jesuita ni nada de eso. Te digo más, yo ni siquiera tomé la decisión de entrar en la Compañía. Sí recuerdo momentos en los que tomé conscientemente una decisión y fue cuando hice los votos al final del noviciado y cuando me ordené sacerdote en 1959. ¿Qué por qué me hice jesuita? Mira, a principios de la guerra civil fusilan a mi padre en Madrid, donde vivíamos, y mi madre queda con 36 años y ocho hijos, el mayor de 15 años. Mi padre había sido ingeniero de caminos y tenía una fábrica de aviones, trajo el Zeppelin de Alemania y se metió en no sé cuántos negocios; de modo que de tener un nivel de vida bastante elevado (mi padre incluso se trataba con el Rey), mi madre se las vio negras para sacarnos adelante. Como el apellido Loring era relativamente conocido y mi padre había sido de la Ceda, o sea que nosotros éramos los malos en aquel Madrid republicano, mi madre, que era catalana, buscó refugio en casa de su madre, en Barcelona, y allí pasamos la guerra hasta que decidió que nos fuéramos a Málaga buscando el apoyo de la familia de mi padre, establecida allí desde que el primer Loring vino de Boston. Fuimos a vivir a casa de una tía mía, pero éramos muchísimos primos y allí no cabíamos, y esa misma noche a mí me meten interno en el colegio de El Palo.

--Y allí, que había un seminario, empieza todo...

--Llega el verano, los demás niños se fueron de vacaciones y yo me quedé en aquel inmenso colegio con 12 años. Me convertí en la mascota de los curas, me llevaban a la playa, me compraron un cubo y una pala... y les tomé cariño. Quería ser como ellos lo mismo que otros niños quieren ser futbolistas. Y nunca me he echado para atrás.

--Si ser sacerdote imprime carácter, ser jesuita debe imprimirlo más, ¿no? Lo digo por el halo intelectual que arrastran.

--Bueno, de acuerdo, pero eso es lo que la gente cuenta. Los jesuitas somos sacerdotes de la Iglesia católica como otros cualquiera.

Su venida a Córdoba en agosto de 1962, con las licenciaturas en Filosofía y Letras y Teología bajo el brazo, tuvo mucho que ver con ese compromiso social que siempre ha movido los pasos de Loring. Así lo cuenta él: "Al terminar Teología en Granada, un grupo de estudiantes quisimos hacer algo de tipo económico-social; te hablo de la España de los años 50, nada que ver con la de ahora. Formamos un 'equipo social' y vimos que, estando en Andalucía, alguien de nosotros tenía que saber de agricultura y me ofrecí yo. Me fui a Toulouse a estudiar agronomía". Allí recibió una carta del provincial pidiéndole que visitara todas las escuelas de Agrónomos francesas que pudiera porque había un proyecto en Córdoba "del que yo no tenía la menor idea".

--¿Qué se encontró a su llegada?

--Don Lorenzo López Cubero, un labrador cuyo hijo había muerto recientemente, quiso hacer algo en su recuerdo. Se lo dijo al provincial y éste tomó la oferta de López Cubero y aquel grupo de estudiantes y los mezcló. Pero aquel señor sólo dijo "haga usted lo que quiera", nadie me dijo lo que tenía que hacer. Se pensó en una escuela de capataces agrícolas, en un instituto de investigación... Y como poco antes se había creado el Icade de Madrid, pensamos en una Escuela de Ciencias Empresariales orientadas a la agricultura.

--Una escuela que fundó, dirigió y en la que impartió docencia ¿Qué tal profesor ha sido?

--Te tendrían que contestar los alumnos. A algunos me los encuentro 25 años después y aún recuerdan mis clases. Lo que yo he querido transmitirles es que los números y las fórmulas son planos y las ideas profundas.

--¿Y cómo un hombre de letras acabó metido de lleno en las ciencias? ¿Le resultó difícil el reciclaje?

--Antes de todo yo había querido estudiar Historia. Pero me preocupaba la vida real, lo que pasaba en el mundo. Hoy la agricultura quizá no me hubiera interesado, pero en los años 50 sí.

En el enorme cenicero que hay sobre la mesa se acumulan las colillas humeantes, mientras Jaime Loring --ingnorando la tos que lo zarandea con frecuencia-- sigue hilando sus recuerdos. Hablamos ahora de la Córdoba que halló a su llegada en agosto de 1962, "una Córdoba sin universidad, donde la clase dominante eran los labradores, una sociedad agraria --dice--. En esa acera del Gran Capitán desde San Nicolás a lo que entonces era el Gobierno Civil, que es donde está ahora el Banco de Andalucía, se reunía Córdoba. El famoso café Dunia, el Mercantil, el Círculo de Labradores enfrente...".

--¿Había muchos señoritos?

--La palabra señorito no me gusta emplearla porque suena despectiva; eran labradores que iban y venían del campo. Era una sociedad tan clasista como la de ahora, entonces la clase eran los agricultores y hoy son los financieros y los industriales.

--¿En qué ambientes se movía? ¿Entabló pronto amistades? Se lo pregunto por la fama de cerrada que arrastra esta ciudad.

--Yo no tuve esa impresión. Tuve que buscar profesores para ETEA hablando con unos y con otros, Luis Carreto, José Javier Rodríguez Alcalde, el fiscal José Paniagua, Manuel Santolalla, Manuel Medina... Eran profesionales que conocían el tema.

--¿Hemos cambiado mucho?

--Claro, pero es una ciudad como cualquier otra. Aquí la economía va mal, pero como en todos lados. Vivo rodeado de mis libros, ando por la ciudad, me reúno con amigos, pero como podría hacerlo en cualquier otro sitio.

Gran parte de esas amistades las forjó al calor del Círculo Juan XXIII, núcleo antifranquista por excelencia, que llegó a dirigir durante un tiempo. "¿Por qué fui al Juan XXIII? --se pregunta--. Porque siempre me ha preocupado el problema de la libertad, de la justicia, y allí encontré un ambiente que me satisfizo. Había un movimiento de oposición al régimen de la época, por allí pasaron Felipe González, Alfonso Guerra, todo el mundo. Era un ambiente con el que conectaba, y en otros sitios no".

--¿No se sentía extraño, como cura, moviéndose entre rojos en aquella época de clandestinidades?

--No. Mira, se lo digo aquí a mis compañeros en casa, la inmensa mayoría de mis relaciones sociales son gente no creyente. Pero bueno, a Jesús le pasaba igual, no pasa nada. Todo el mundo sabe que está hablando con un cura, no lo disimulo, y todo el mundo me respeta. La fe es una opción personal.

--¿Nunca lo llamó al orden la Compañía de Jesús o sus superiores diocesanos?

--No, no, nunca. Todo el mundo sabe lo que hago. En la Compañía de Jesús se habla de la obediencia, pero hay mucha libertad personal. Hombre, yo sé el marco en que me muevo, y de él no me salgo.

--¿Cómo han sido sus relaciones con los obispos cordobeses en estos casi 50 años?

--La verdad es que no he tenido mucha relación con ellos, yo no soy párroco. Bien me he llevado con todos, aunque Infantes Florido estaba empeñado en que yo era comunista, pero ni siquiera con él tuve problemas. En una ocasión me propusieron ser Defensor del Ciudadano y la Compañía aceptó, pero el obispo Javier Martínez no quería que hubiera curas en cargos seglares, así que tuve que rechazar el puesto y ya está.

La de articulista y escritor es otra faceta de este hombre polifacético que sigue llenando el cenicero y tosiendo con la misma intensidad que pone en sus palabras. O en la sonrisa que de vez en cuando se le escapa, suavizando ese ceño fruncido que utiliza de coraza.

--En sus artículos de prensa tiende a la crítica religiosa. ¿No es eso para un cura meterse en camisa de once varas?

--Criticar no es acusar, es analizar. Sí creo que a lo largo del tiempo se han introducido elementos distintos a los del Evangelio, por ejemplo los ropajes y ritos de la misa, cuando Jesús se reunía a cenar y repartía el pan, sin más historias.

--Mete mucha caña a los políticos. ¿Cómo se lleva con ellos?

--Tuve mucha amistad con Julio Anguita. De los 27 concejales de aquel primer Ayuntamiento democrático de 1979 unos 19 eran del Juan XXIII. Sí, soy bastante crítico con la clase política, pero me llevo bien con las personas que la ejercen.

--Suele decirse que Córdoba es ingrata con los suyos, pero a usted en 1993 el Ayuntamiento lo nombró Hijo Adoptivo, y al año siguiente le dio la Medalla de Oro de la ciudad.

--Eso fue a propuesta del Ateneo de Córdoba. Lo agradecí, naturalmente, pero no le doy importancia a esas cosas. Yo soy yo, ¿estamos? Los adornos se me caen.

EL NACIMIENTO DE ETEA

Para ser el suyo un aterrizaje a ciegas en Córdoba, donde habría de poner en marcha un proyecto educativo del que nada sabía aún, a Jaime Loring le cundió mucho el tiempo. Pocos meses después de llegar nacía ETEA. Y dos años más tarde, en 1965, el centro ya estaba en su actual ubicación. "Fue muy rápido, sí. Cuando llegué me fui a vivir arriba, en La Aduana, a hacer la tercera aprobación, que son unos estudios que hacemos los jesuitas --dice--. Terminé en julio del 63 y me llamó el provincial a Sevilla para decirme que yo era el responsable de que en octubre empezara ETEA".

--Pasaría un verano entretenido, ¿no?

--Me inventé por las buenas un plan de estudios con lo que yo había estudiado en Francia, que además de agronomía era lo que llamaban preparación en los negocios, como ciencias empresariales. Y así empezó ETEA, que es Escuela Superior de Técnica Empresarial Agrícola. Debió haber sido Estea, pero a mí me sonaba mal y le quité la ese. La dirigí hasta el 70; luego hubo dos directores, Teotonio y Rodero, y volví a dirigirla del 80 al 89.

--¿Cómo recuerda los comienzos? Imagino que el ambiente universitario que se respiraba entonces en Córdoba sería escaso por no decir ninguno, teniendo en cuenta que hasta 1972 no se crea la Universidad.

--Cuando ETEA empezó solo estaba Veterinaria, que pertenecía a la Universidad de Sevilla, luego se hizo la Escuela de Ingenieros Agrónomos. En aquella época no era como ahora. Puse un letrero en la puerta, visité colegios y tal, y así empezó. Yo abrí ETEA sin permiso de nadie, aquí en San Hipólito. Eran unos estudios totalmente privados que no tenían ningún reconocimiento oficial, evidentemente. Y buscándolo, Adolfo Rodero creó en 1975 un colegio universitario adscrito a la Universidad de Córdoba. Y luego ya en mi segundo mandato se hizo una facultad adscrita. La verdad es que al principio los estudios de agronomía y los de economía iban al 50%, pero luego los segundos se fueron comiendo a los primeros.

--¿Qué acogida social tuvo ETEA, teniendo en cuenta que eran estudios de pago en una ciudad a la que no le sobraba el dinero?

--Había pocos estudiantes, eran promociones de 25 o 30, y casi todos eran de fuera, de Valencia, de Galicia, de Madrid, de Canarias... Luego, a raíz de la conversión en estudios oficiales, ya sin estudios agrarios, empezaron a entrar muchos estudiantes de Córdoba. Pero la característica de ser una facultad de ciencias empresariales y agrarias la hacía única.

--Como director durante muchos años habrá vivido momentos gratos y otros difíciles. ¿Con cuáles se queda?

--Ni idea. ETEA ha sido una lucha dentro y fuera. Nació sin un capital detrás, tuvo que financiarse por su cuenta. Ha sido una lucha de tipo económico, administrativo y legal para buscar el reconocimiento. Pero debo decir que estando yo de director el equipo, que no llegaba a veinte personas, era una piña. Teníamos una cohesión interna muy grande.