A tu Córdoba otra vez... Porque en ocasiones con la misma música hay que variar la letra. Eso sí, sin hacer daño. Como es el caso. Porque la canción ha vuelto. Volver volver, volver.. a tus brazos otra vez... Que me vale, claro que sí. Porque se trata de a Córdoba, sí. A sus brazos de papel.

La cita de los domingos, sí señores. Perdón, señoras y señores míos, mis cordobeses del alma, que el otro día ajusté cuentas, aunque no es mi fuerte hacerlo, y me han salido desde luego mucho más que mil peroles. Y me gustaría celebrarlo, aunque fuera, que no es poco, con un perol de verdad en algún sitio emblemático donde fuera mucha gente. Claro que sí, cordobeses. Espero me envíen sus ideas. Y no es por restarles tiempo. Sobre todo porque tengo tantas cosas que contarles. Por ejemplo, que ya he recibido el libro, último por ahora, de don Antonio Gil, mi párroco preferido y también particular. Se llama Coloquios con un monje poeta. En él cuenta, con un lenguaje siempre de periodista en el púlpito, su paso, inolvidable, por el Monasterio de Silos, donde un día estuvo servidor, de paso, aunque a punto de quedarse. También quise hacerlo cuando hace cincuenta años pasé por las ermitas donde aquella calavera... Libro que les recomiendo. Me retraté junto al ciprés de la fe, como casi todo el mundo que pasa. Muchas gracias don Antonio, por acordarse de este viejo pecador, que por viejo ya ni peca.

Sigo. Con otro libro que llega, me llega. Me lo envía mi buen amigo, músico y poeta secreto, don Antonio García Uceda, desde la Fundación Castillejo. El libro tiene un nombre precioso y preciso, Seguir cantando, de Manuel Muñoz Moya, aria para tenor en tres partes. Este finde me lo bebo. Me lo leo, que me va a venir de dulce. Y anoche los premios Goya. A propósito, a ver si el año que viene, si este año fue en Sevilla, que la alfombra roja se tienda en Córdoba, sin falta, que bastará, creo, con que se lo indique a mi yerna, la esposa de mi hijo Tico, que eligió esta ciudad nuestra para casarse en el Alcázar, en aquella noche memorable. Se llama Carmen Valiño, y ama a Córdoba casi tanto como yo. Aunque quizá más, porque ella además vino al mundo en esa geografía.

Más les cuento y les insisto. Lucía Bosé acaba de cumplir ochenta y ocho años, quién lo diría. Aún tiene la dama del pelo azul, su colección única de ángeles y arcángeles guardada en su casa. Por donde va se los lleva. Una vez estuvo cerca de dejarlos en nuestra ciudad para siempre. Sin embargo, aquello que era sobre el papel un gran sueño, se quedó en un zorzal que voló una tarde. Yo estuve cerca de aquello. No se olviden que Córdoba es la ciudad por excelencia del arcángel. Y un arcángel dice que es un dos veces ángel. Me cuentan, y así lo relato, que nuestro Finito de Córdoba se está preparando a fondo para la nueva temporada, que ya está sonando con fuerza el clarín de la fiesta. Les tendré informados. Y un letrero en un coche al paso: Córdoba hasta las trancas. La raza que no nos falte. Por eso me duele tanto que Rafa Nadal se nos cabree. Sí, se nos cabree, porque se ha publicado la noticia que fue portada de Hola, de que se casa en otoño con su bellísima novia. No te enfades Rafa nuestro. Que yo acabo de levantar la noticia de que con este fausto motivo, pudiera ser que el rey Felipe le concediera el título de Marqués de Manacor, por ejemplo, por lo que tanto ha dado al nombre de España. Que no todo el mundo hace lo mismo…

El del Bulli, que reaparece de pronto, y que tiene grandes proyectos, donde por cierto está lo nuestro. ¡Cuánto tiempo que hacía ya que no escribía la gran palabra: salmorejo. Por cierto que el otro día me dijeron:

-Eso es lo que usted hace todos los domingos en Córdoba. Que más que perol, podría llamarse salmorejo. Porque tiene de todo.

Vale. Gracias. No sé que sería de mí sin Córdoba.

Y no saben lo que me alegra lo del rey Felipe, cumpliendo años, cincuenta y uno, en Bagdad, con los de Cerro Muriano. ¡Muchas gracias, señor! Tantas veces he contado que yo fui quizá el último corresponsal de guerra en donde ha estado estos días el Rey de España con los soldados, aquella noche de Nochebuena. Cuando me dieron el título de valor reconocido, como se decía en los viejos tiempos de la mili…de la que fui, quien lo diría, voluntario.

Cómo pasa el tiempo, y de paso, la otra tarde pude mandarle un boca a boca, al doctor Concha, para el que en su día pedí el premio Nobel, porque colocó cientos de corazones en el pecho de gentes que lo necesitaban. Bueno, pues hoy les ruego su foto, claro que sí, y que se asome a la ventana de nuestro domingo. ¡Ay, qué verdad eso de volver, volver, volver... En este caso, a mi cita de papel.