Estas cosas pasan. Puedo uno hartarse de dar consignas, de explicar qué quiere y cómo lo quiere, de llenar de líneas la pizarra y de pegar pellizcos en las entrañas a un grupo para que se comporte de una determinada manera y resulta que no hay forma. Luego, por lo que sea, argumentos similares los emplea otro y calan como el agua en una esponja. Sucede y llegan los cambios. El Córdoba CF ha reclutado a Pablo Alfaro para tener un portavoz distinto del mismo mensaje, el único posible en un Córdoba que chapotea en la Segunda B: hay que salir de aquí.

Alfaro se encuentra, de entrada, con un problema heredado. El Córdoba no ha transmitido absolutamente nada en seis partidos blandengues. El efecto intimidante que podía tener en el arranque liguero por el potencial de su proyecto y por el nombre de sus fichajes lo ha perdido en pocas semanas.

Las arengas de Sabas no servían porque no hay peor combinación que las buenas palabras y los malos resultados. Pablo Alfaro ha lanzado un reto a quienes lo quieran recoger. No se trata de demostrar que se es de Primera sino de terminar siendo dentro de unos meses uno de los cuatro mejores entre los 102 vecinos de la Segunda B.