En el conflicto sirio acaba de alcanzarse un alto el fuego. El pacto ha sido cocinado entre Rusia, baluarte del régimen sirio, y Turquía, principal padrino de buena parte de los grupos rebeldes. EEUU, por decirlo crudamente, no ha pintado nada en la gestación de ese acuerdo. En la guerra con más implicaciones geoestratégicas de la actualidad, con derivadas tan vitales para occidente como el terrorismo yihadista o la crisis de refugiados, y en una región nuclear para Washington como es Oriente Próximo, la superpotencia mundial ha quedado desplazada por Rusia. A golpe de misil -ventajas de no tener una opinión pública que te cuestione una agenda internacional que pasa por masacrar a civiles- Putin se ha convertido en la dama de un tablero sirio en que EEUU ya no ocupa ninguna casilla. Con lo que ello representa, pues en Oriente Próximo, Siria, geográfica, política y simbólicamente, está en el cruce de todos los caminos.

Y no solo eso. Putin se ha llevado a su redil al presidente Erdogan, dejando a Washington sin su aliado tradicional en la zona. A cambio de impedir un cinturón kurdo al norte de Siria, Turquía parece dispuesta a arriesgarse a renegar de su vínculo atlantista.

Está por ver si este alto el fuego tendrá éxito. Pero de lo que no queda duda es que para EEUU, en la región, ya nada será como antes.