La inmensa mayoría de los electores que vayan a votar el 20-N no habrán leído los programas electorales de los partidos. Depositarán su voto en un acto reflejo, impulsivo, de preferencia intuitiva. Pocos serán los que hayan analizado a fondo los programas para votar de forma más concienzuda --por lo farragoso de los textos y la falta de credibilidad cosechada por los políticos-- y muchos serán los que elijan la opción que más confianza les genere, deseando, casi de manera desesperada y en medio de una crisis descomunal, soluciones urgentes a los problemas más cotidianos.

Los partidos saben de sobra que este tipo de comportamiento impetuoso del elector es habitual, pero esa reacción no les exime de la obligación de cumplir sus compromisos electorales. Sobre todo, en lo tocante a la economía que, en estos momentos, es la principal, por no decir la única, preocupación que atenaza y desasosiega a los ciudadanos.

Se necesita recuperar la confianza como primera medida. Y los partidos también lo saben. Lo importante es que se lo crean de verdad. Bien es cierto que una consigna que repiten sin cesar todas las formaciones, desde hace meses, es la de recuperar esa fe perdida de los ciudadanos, como condición sine qua non para afrontar la crisis más salvaje que han conocido las actuales generaciones.

No será fácil. Para los españoles, el tercer problema es la clase política, por su comportamiento y alejamiento de la realidad diaria del país. Lo dice el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS). Y como apuntaba recientemente uno de los principales referentes intelectuales europeos, el filósofo Paolo Flores d'Arcais, en la actualidad hay una desconfianza y un desprecio, no tanto hacia la política en abstracto, pero sí hacia los políticos de profesión y hacia los aparatos de los partidos, por su gestión en las última décadas.

RECUPERAR la confianza no debería ser complicado. Bastaría con mantener un comportamiento ético y cumplir lo prometido, y más en esta etapa de ausencia de liderazgos, de miedos, de inquietudes y hasta de esa angustia provocada por la colosal crisis económica que hace tambalear los cimientos básicos del Estado del bienestar.

Las elecciones del 20-N ya están aquí. Es cierto que todas las convocatorias electorales presentan su particular trascendencia. Y de todas se dice el tópico de que son importantes y decisivas. Pero va a ser muy difícil encontrar en nuestra reciente democracia parangón a unos comicios de cuyo resultado va a depender, en medio de la tormenta perfecta, buena parte de la recuperación económica. Por eso los ciudadanos se merecen claridad con los compromisos adquiridos por los partidos, sobre todo del que gane estas elecciones, y la confianza de que esos compromisos van a ser cumplidos. El Gobierno que salga de las urnas debe considerar esa victoria como un pacto sunt servanda, un contrato que obliga a cumplir las promesas electorales.

No debe caerse de nuevo en la fácil tentación de banalizar los compromisos. No es el momento. Aterradora, pero real, fue la manoseada frase atribuida al profesor Enrique Tierno Galván, cuando dijo que las promesas electorales se exponían para no cumplirlas. Esta frivolidad viene de lejos, por lo que debe ser consustancial con la clase política.

CIRCULA AHORA un pequeño libro de apenas 80 páginas titulado Breviario de campaña electoral , escrito en el año 64 A.C., hace más de dos mil años, por Quinto Tulio Cicerón, hermano del gran Cicerón, en el que aquel le daba consejos para ganar sus elecciones a cónsul. Le sugería prometer a todo el mundo sus servicios, no decir no a nadie, "porque a menudo surgía algún imprevisto que impedía a cuantos había hecho alguna promesa que la aprovecharan...". "Las promesas --añadía-- quedan en el aire, no tienen un plazo determinado de tiempo y afectan a un número limitado de gente...". Y tras subrayarle que hiciera concebir la esperanza de que ayudaría a todo el mundo, precisaba: "Y si de alguna manera fuera posible, que se levanten contra tus rivales los rumores de crímenes, desenfrenos y sobornos... En esta campaña tienes que velar al máximo por ofrecer buenas expectativas en tu política y porque se te considere una persona íntegra". Y ganó Cicerón.

LOS CIUDADANOS no solo se merecen, en la encrucijada gravísima en la que nos encontramos, honradez y transparencia en las propuestas. Sino también eficacia y sinceridad en la gestión. Sinceridad porque los propios partidos saben que es muy posible que esos compromisos, sobre todo en lo que afecta a la economía, no aguanten los embates de las turbulencias de esta crisis huracanada y se derrumben cual castillo de naipes. Lo veremos pronto. Mariano Rajoy, el candidato del PP que, según todas las encuestas, ganará con holgura las elecciones, ya viene advirtiendo de que él no tiene la varita mágica para salir de la crisis y que los ajustes pueden depender de la herencia recibida y de las circunstancias económicas del momento.

Pese a ello, España debe valerse en primer lugar por sí misma. Y esa es una de sus principales responsabilidades frente a la UE, si bien es preciso insistir en que la virulencia de la crisis y su demostrada globalización obligan a admitir que reconducir la situación no dependerá solo de nuestro país. Su compromiso de austeridad y control de los números tendrá que sincronizarse con las obligaciones emanadas desde el exterior. En todo caso, a ese reto no le va hacer daño el hecho de tener un Gobierno fuerte, decidido a encarar esta nueva etapa con valentía, realismo y sinceridad.