Nos desconectamos hacia el verano con la irrefrenable idea de que la economía mejora y alcanzará su mejor momento a partir de otoño. Y nada parece contradecir esta idea a tenor de buena parte de las previsiones que, en todo caso, vienen compitiendo últimamente en mostrarse algo más optimistas que cada una de las anteriores.

El cuadro de mando macroeconómico va cogiendo color gracias a los indicadores de alta frecuencia -ahí tenemos a los PMI, los índices de compras- que anticipan la velocidad de l rebote (esto es, volver a los niveles prepandemia), tras el malhadado primer trimestre de este año.

Ahora bien, conviene dejar claro, muy claro, que los desequilibrios de la economía española están ahí y que unos próximos «meses felices» no representan el fin, sino un paso para la salida de la sima (con s). Y conviene decirlo con claridad y sencillez, no con la retórica envarada a la que se ha acostumbrado el discurso público, autosatisfecho y autosuficiente.

En esa salida -o mejor dicho para encontrarla- esperan las reformas sobre las que debe reconstruirse y reconducirse la economía a medio y largo plazo. La primera de todas, reconocer esta realidad y lo que conlleva. Eso sí que sería la nueva política. Económica.