La Eurocopa llega a su fin como si no hubiera empezado, con dos selecciones jugándose el título sin provocar la pasión y admiración que debe generar esta competición. Salvo para las aficiones de Francia y Portugal, el partido resulta distante a la espera de que la grandeza del momento despierte alguna emoción que no se ha vivido en todo el torneo. El cariño se lo han ganado Islandia y Gales presentándose en semifinales con su entusiasmo y las coloridas y sonoras celebraciones tribales de sus hinchadas. Dice mucho a favor de ellas y de su majestuoso empeño, pero al mismo tiempo descubre las miserias del resto de participantes, entre ellos un equipo español con más potencial del expuesto y que se fundió al hacerlo coincidir Vicente del Bosque con su triste ocaso.

El fútbol de Alemania, tan entroncado con el de la Roja, era digno de estar en este encuentro y de continuar con su reinado internacional, pero quizás la Eurocopa no se la merecía. Los honores bajo bostezo corresponderán a Francia y Portugal, dos conjuntos sujetos a un par de feroces y antagónicas individualidades, Griezmann y Cristiano. Se subirá el telón y por el escenario desfilarán, con Lloris a la cabeza, Pogba, Payed, Sissoko, Giroud, Pepe, André Gomes, Renato Sánches, Nani... Más allá de ese prólogo, el público sólo atendará al duelo interpretativo de los jugadores del Atlético y del Madrid durante, en principio, 90 minutos. A su manera han sido los más decisivos de la competición, hasta tal punto que sus selecciones les han tenido como único y nutritivo alimento. Sin sus goles, galos y lusos llevarían alguna semana de vacaciones.

El gran atractivo reside en este guión de puro western por que el John Ford o Fred Zinnemann se hubiesen dejado morder en el corazón por la serpiente que acaba con Kirk Douglas en 'El día de los tramposos'. Saint-Denis como desierto paradójico de una Eurocopa tan despoblada de césped como seca de estrellas de auténtico esplendor; dos tipos cara a cara con la siluetas dibujadas bajo sus soles y el dedo susurrándole de cerca al gatillo; ese aire cargado de plomiza tensión y polvo errático; el reloj detenido en las miradas de los primeros planos... Griezmann contiene la respiración de la simpatía por su juventud, su flotador descaro de niño tocapelotas, un liderazgo que abarca todos los terrenos en busca de la gloria que le corresponde; Cristiano enciende el magnetismo del pistolero de oro otoñal en, posiblemente, uno de sus últimos días en la eternidad de los elogios, deslizándose poco a poco hacia su declive atlético. Uno es veloz; el otro economiza cada bala con espléndida puntería.

La final de la Eurocopa comenzará a rodarse sin secundarios ni efectos especiales. Con la cámara de la angustia al hombro, Deschamps y Fernando Santos esperarán a que sus vedettes desenfunden. Por el bien del fútbol, por un testamento lo más digno posible, por lo menos que esta película se sume a la filmografía de John Ford, que no sean Gignac o Adrien Silva los héroes en la tanda de penaltis.