Las comparaciones son odiosas, pero inevitables. Nada que ver la llegada de ayer del Barcelona con la del Real Madrid en el mes de enero. Entonces, el equipo estaba fuera de los puestos de descenso. Prometía y hasta convencía. Ahora, en la jornada 35, se espera que el conjunto culé remate a los blanquiverdes y los mandé a Segunda.

Por eso, buena parte de la afición cordobesista ha dicho "no" a este partido. Mientras los Messi, Suárez y Neymar se bajaban del autobús, el interés en Córdoba estaba en sus cruces, en el rebujito, en la tortilla de patatas y en las sevillanas. La gente estaba en Santa Marina, el Bailío o San Francisco. Apenas medio millar de aficionados se dieron cita en el Eurostar Palace para recibir al líder de la que, dicen, es la mejor liga del mundo.

Desde el mediodía ya había aficionados culés en el hotel para coger sitio, que amenizaron su espera entre cántico y cántico de "¡Messi! ¡Messi!" con el himno del Córdoba o el Esta es tu hinchada blanquiverde.

Era tarde calurosa y algunos venían directamente de las cruces. Raquel, incluso, iba vestida de gitana. Otros tantos hablaban de la cruz a la que iban a ir. Y entre esas se dieron los primeros amagos de lipotimias que quedaron en un susto. Agua y fuera del follón.

Al ocaso hacía acto de aparición el Barça. Luis Enrique era de los primeros en bajar. Levantó tímidamente la mano y para el hotel. Lo mismo hizo el resto de sus pupilos. Apenas un par de segundos pudieron ver a los astros culés, para decepción de los presentes que iban con bolis, camisetas y pancartas. Nada de fotos con los aficionados. Puede que no los vuelvan a ver en Córdoba.

La locura se desató cuando apareció Messi. Se hizo de rogar. Una prolongada ovación se entrecortó con algún silbido. Un aficionado le lanzó una camiseta del Madrid, pero se quedó colgando de la farola y el astro argentino ni siquiera la vio.

En algo más de cinco minutos se despejó la zona. Había cosas más interesantes que hacer. Las caras eran de decepción generalizada y algún crío no pudo evitar que se le escapara alguna lagrimilla. Ni fotos, ni autógrafos. Y el que se puso en el sitio equivocado ni siquiera vio a los jugadores.

Nada que ver con la llegada del Madrid, con unos cuantos miles de aficionados merengues esperando entre la estación de trenes y el hotel y escoltando al bus por La Victoria, con un Córdoba que invitaba a la esperanza, en una noche de invierno donde no había Cruces.