La vuelta al trabajo no supuso un gran quebradero de cabeza para un Madrid, que, pese a sus bajas, solventó el pulso sin grandes apuros, pero sin demasiado brillo. Pudo golear por la inercia y debilidad de un Celta, que tardó mucho tiempo en ofrecer su cara A y que vio cómo los de Mou abrían el camino del triunfo con un centro-chut y lo cerraban con un penalti de los que muchas veces quedan en anécdota (2-0).

Ni el virus FIFA ni el atasco en la entrada a la enfermería. Nada justificaba un fallo del Madrid tras el parón liguero. Eso lo sabía Mourinho, que se dejó de experimentos y puso a todo lo que tenía, jugones incluidos. No miró al Castilla para dar paso a Nacho en el lateral izquierdo ni se permitió otras licencias. Situó a Ramos en la derecha y a Essien en el lugar del lesionado Marcelo. Colocó a Modric al lado de Xabi Alonso, a zil, al rejuvenecido Kaká y a Ronaldo e Higuaín.

El cóctel se antojaba con el suficiente cuerpo como para satisfacer los paladares más exigentes. Pero no parece ese el estilo del Madrid de Mourinho, un equipo sobrado de técnica, pero amarrado al corsé que dicta su entrenador. Es decir, a ese juego directo, muy poco cocinado y marcado por la dictadura de la verticalidad. Y ahí estaban tocando con muchas clase Modric, zil y Kaká, al que luego el portugués reemplazó por Di María. La cosa se apaciguó con el tanto de Higuaín, que llegó tras un centro desde la izquierda del argentino que se coló directamente en la portería de Sergio.

El conjunto de Paco Herrera tardó 25 minutos en probar a Casillas. Poco a poco el encuentro dejó de transmitir cualquier emoción. El Madrid se limitaba a cumplir el expediente sin demasiados alardes y sin excesos. Mientras, el Celta comenzó a destilar su mejor juego, pero un dudoso penalti por un inocente empujón de Cabral a zil dentro del área terminó con las esperanzas del equipo gallego.