El sábado quedaron varias cosas claras. Una es la constante presión a la que vive sometida la plantilla, creo que de manera innecesaria. Habló Rafa Berges tras el choque de que el partido era "comprometido". Estamos en la jornada seis. ¿Pero de dónde ha nacido esa presión? Del entorno, desde luego, no; más bien del propio club, cuyo dueño fijó el objetivo en el cielo. Y como se invitó a soñar, es entendible que la gente se mosquee cuando abre los ojos y no ve lo prometido, que murmulle cuando el equipo juega el balón demasiado atrás, cuando no hay mucha adrenalina.

Pero si algo quedó claro el sábado es, que pese a lo que se diga, este Córdoba es diferente. Berges, por fin, parece que se está soltando, que le está dando la personalidad a su equipo con la que él mismo se identifica. A los cuatro minutos de marcar el 1--0, retiró a un extremo, Pedro, para que entrara un lateral, Fernández. El técnico habla claro en el campo. Ha elegido su camino y la afición debe ser --y lo es-- consciente de ello. El del sábado es el prototipo de Córdoba que parece que veremos a lo largo de esta temporada. Un conjunto ordenado, al que le gusta tener la pelota pero al que no le importa cederla, que no avasalla pero que intenta ser efectivo de cara a portería, sin tener que crear un sinfín de ocasiones, y un equipo que no se obsesiona con la vistosidad y el juego alegre, sino que valora lo práctico.

Esa es la sensación que me deja este arranque liguero. Que el Córdoba va a girar sobre lo visto ante el Girona, que quizá pase apuros ante muchos equipos que se encierren en El Arcángel, pero que a domicilio puede rendir bastante mejor que el año pasado.

Esas son sus credenciales, diferentes a las de hace una temporada, lo cual no quiere decir que sean mejores ni peores, que no sirvan para lograr su objetivo, subir a Primera División. Lamentablemente, el éxito o el fracaso solo dependen de los resultados. Quedar en la memoria, no. A ver en qué lugar acaba este Córdoba.