Visceral y apasionado en el campo, hasta el punto de pisotear a un rival, Zlatan Ibrahimovic habrá hecho una breve incursión en la cultura zen para afrontar esta nueva coincidencia con el Barça. Se marchó rebotado con Guardiola, con un enfado de mil demonios, y el destino le ha colocado al filósofo y a sus buenos chicos por cuarta vez en el camino. Eludió la primera en el torneo amistoso de Múnich, esquivó la segunda con una lesión muscular antes de ir al Camp Nou y participó en la tercera de San Siro que se saldó con un triunfo azulgrana que, a fin de cuentas, no sirvió de nada. Barça y Milan están en el mismo sitio. El nuevo compromiso pilla al sueco con una enorme tranquilidad de espíritu. O eso transmite, elogiando a Messi --la sombra que oscurecía su gigantesca figura a golpe de goles--, proclamándose barcelonista y deseando el triunfo del Barça en la Liga. Lo de dar la mano a Guardiola y enterrar rencillas personales es otro asunto. "No es importante para mí ni tampoco para él", regateó el sueco, elogioso ante su exequipo hasta límites inesperados.

A Ibra le cayeron, o eso pareció, unas gotas de nostalgia sobre la mesa en la que se sentó en la sala de prensa. "Jugar en el Barça era un sueño, como lo es para todos los futbolistas. Fue un honor estar y lamento que solo fuera un año".