El círculo se cerró con un gol con el corazón. En la prórroga, en el minuto 110, justo los años de vida del Barça, un golpe de pecho de Leo Messi, del pecho de Dios, ahí, junto al escudo, dio al Barça de Pep Guardiola lo que tanto se merecía. Todo un símbolo. Ya lo era antes, pero hoy es el mejor del mundo, el rey de todas las copas, el campeón de todo. El equipo perfecto. No hay otro igual en la historia y es fácil imaginar que nunca nadie pueda repetirlo. Es demasiado hermoso y demasiado difícil. El último paso estuvo lleno de dramatismo. Fueron tantas emociones, tanta tensión, tanto miedo, y tanta locura. Pedro, siempre Pedro, apareció en último suspiro para liberar al equipo de un condena injusta e igualar el gol del Estudiantes. Y, después llego Leo. Quién si no. Y puso la sexta. Seis de seis.

Pedro cumplió el papel de Iniesta en Stamford Bridge y saltó más que nunca, un salto tan enorme como el que ha dado su vida, desde Tercera hasta meterse en la historia. A la que hay una final, ahí está su gol. Ayer, tampoco faltó a la cita aunque llegó cuando ya casi nadie le esperaba. Quizá Guardiola, sí, al que le devolvió lo mucho que le ha dado. Después, todo se lo ha ganado él con humildad.

Fiel a sí mismo, desde el primer título hasta el último, desde la Copa al Mundial de Clubs, el Barça ha ido escribiendo su leyenda sin traicionarse ni un solo día. Tampoco ayer cuando el Estudiantes se las hizo pasar canutas y le fue robando las señas de identidad. Más tarde o más temprano, la promesa que lanzó Guardiola el primer día se acaba cumpliendo. Persistir, persistir, persistir. No es una manera de jugar, es una manera de vivir.

Un estilo que ha conquistando el mundo, en un sentimiento que ayer se plasmó en una grada entregada, que coreó una y otra vez el nombre del Barça, empujándole como si fuera el Camp Nou. Eso no se gana solo ganando. Y al final, entre todos, cerraron el círculo.

COSTO MUCHO ESFUERZO Costó más que nunca y, por eso, esta última copa se disfruta como ninguna. Roma siempre será Roma, y es la puerta que ha abierto esta, pero Abu Dabi quedará para siempre en el recuerdo. Cómo olvidarlo. Es probable que el tiempo borre de la memoria lo que ocurrió antes de la aparición de Pedro y de Messi, y se quede con esas dos imágenes, y la de Guardiola llorando, y la de Puyol alzando la sexta copa, y la del equipo en el podio, y dando una vuelta de honor, otra más, y Pep, el autor de esta gran obra, volando por los aires, manteado como en Roma, tocando el cielo.

Pero el campeón tuvo que levantarse para conquistar el único título que le faltaba y que ahora adornará el museo. Otros fallaron antes, dos veces, pero ellos, no. Lo hizo cuando se desbloqueó, en la segunda parte, y cuando Pep tocó las piezas con valentía. De entrada, el Barça pareció abrumado por la responsabilidad, como si, de repente, el peso de las copas le cayera encima y se le nublara la vista, y perdiera el rastro del camino que le había traído hasta aquí.

El Estudiantes argentino encontró lo que buscaba de chiripa. Si por ellos fuera, se habrían llevado el balón a casa, como el niño que no quiere dejar jugar a nadie con tal de ganar. Cada saque de banda, o de puerta, lo secundario, se convertía en una espera interminable. El árbitro, lejos de poner freno, les dio carta blanca. Antes del gol ya le birló a Xavi un penalti, que pudo evitar tanto sufrimiento. Pero así estaba escrito. En cuanto el balón rodó, al Estudiantes argentino se le fue acabando el aire, aunque siempre tenía a punto la pierna. Y al Barcelona no se le acabó la paciencia. Ni el deseo de seguir jugando, de seguir intentándolo, una y otra vez. Pudo morir, pero no lo hizo. Por algo será. Hasta que Piqué saltó como si fuera Ibra y ahí estaba Pedro. Faltaba alguien. El argentino Leo Messi, que hasta entonces no había sido Messi, llegó para ser lo que nunca deja de ser. No hay otro como él. Puso el pecho y el corazón, y cerró el círculo, el mejor año de sus vidas y las de muchos culés. El año perfecto de un equipo perfecto.