El Córdoba logró ayer una de sus victorias más trabajadas. Enfrente tuvo a un Mérida con las ideas muy claras. La primera consigna de su entrenador era que en ningún momento debían dejar jugar a los blanquiverdes. Para eso era válido cualquier artimaña. Sus hombres le hicieron caso porque dieron un auténtico recital de acciones que rayaban lo antideportivo, aunque en muchas veces, incluso, lo rebasaban.

Las dificultades para los de Escalante eran máximas. La presión a que eran sometidos era enorme y en muy pocos casos lograban llevarse el balón sin que les hicieran falta. Era una continua pérdida de tiempo que favorecía los intereses emeritenses, que también contaban con el beneplácito de un árbitro que no acertaba y que al final le vino muy grande el partido.

Ante tantas adversidades, el Córdoba tiró de casta. Luchó todos y cada uno de los balones; porfió cuando la ocasión lo requería y no se dejó llevar por el desánimo ante las continuas provocaciones del rival. Su empeño le llevó a recoger el premio cuando todo apuntaba al reparto de puntos. Los ocho minutos aplicados por el madrileño Cuesta Ferreiro, que bien pudieron ser bastantes más, fueron un martirio para los visitantes porque ya no podía frenar el ímpetu cordobesista, culminado con el único gol.

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