CRÓNICA

Encontrar alegría en la furia durante un concierto de Los Punsetes

La banda llena el Ambigú de la Axerquía con el sonido más postpunk de su trayectoria en un concierto que ya es histórico para la ciudad

La banda Los Punsetes durante su paso por el Ambigú de la Axerquía de Córdoba

La banda Los Punsetes durante su paso por el Ambigú de la Axerquía de Córdoba / P.M.L

Anoche se inauguraba en Córdoba la nueva sala de conciertos Impala con los Morgan como anfitriones, pero el foco de obstinación que traían consigo Los Punsetes era demasiado brillante como para ser ignorado por los amantes de lo alternativo que acudieron como mosquitos a esa luz tenebrosa que emanaba el Ambigú de la Axerquía. No es descabellado calificar de histórica la actuación de los de Madrid si se tiene en cuenta el lugar de culto que se han labrado en el panorama musical, ahora más evidente tras su fichaje por Sonido Muchacho, y por un último disco, 'AFDTRQHOT', más ácido en discurso, más crudo en sonido, pero igual de irónico en lo que respecta a esa actitud de agotamiento hacia la cultura actual.

Quienes sienten cierta simpatía por esa reivindicación desde el inmovilismo se fueron congregando en la sala para encontrarse con la actuación de Beta Máximo, telonero de la banda en esta gira. Incluso para un público compuesto mayoritariamente de puretas modernos resultó impactante ver sobre el escenario a un hombre joven vestido con capa negra y una capucha de alien cubriéndole el rostro. El artista tocaba una guitarra frenética sobre una base electrónica y cantaba a temas más o menos controvertidos en canciones como Todos mis amigos son subnormales, Puta Mierda y Soy Retardado. Un buen anticipo de pop punk para los que estaban deseando ver a Ariadna sobre el escenario y de hecho la cantante se unió a su amigo alienígena para interpretar un tema en lo que fue uno de los momentos más extraños de la noche. Hubo quienes acogieron con aplausos y vítores esa escena underground, pero también se dieron reacciones de contrariedad en la pista. "Es un poco repetitivo, ¿no?", señaló una joven. "¡Qué pesado!", gritó una voz masculina, a lo que el hombre verde respondió: "Ya, ya me callo", con una simpatía estoica que terminó por confirmar la originalidad de su alter ego.

Ariadna y Beta Máximo interpretando juntos un tema.

Ariadna y Beta Máximo interpretando juntos un tema. / P.M.L

Al fin subieron al escenario Los Punsetes para demostrar un sonido contundente durante todo un concierto acelerado, sin apenas pausas para tanto aplauso efusivo o paréntesis en los que referirse a la afición. Intercalaron temas antiguos, como los míticos Una persona sospechosa o Tu Puto Grupo con las canciones del último álbum, que fueron desgranando poco a poco hasta dejar para el final las guindas rojas enfurecidas Hola Destrucción y España Corazones. Así terminaron de elaborar un pastel denso, que iba cargando el ambiente de una alegría dispar al semblante serio y completamente inmóvil de Ariadna, las posturas de Shoegaze de Jorge, a la guitarra y de Anntona a la otra guitarra. Casi sin pestañear, clamando letras como una patada en la raja del culo, la vocalista hizo gala de su actuación performática a lo Marina Abramovic mientras la noche avanzaba en la sala. Un grupo en el flanco delantero derecho que trataba de iniciar un pogo sin éxito o ese hombre con camisa de manga corta y estampado de flamencos quien intentaba ligar sin éxito con una periodista. El petardeo en su máxima expresión con los sonidos postpunk de fondo.

Con las barras llenas de cuerpos implorantes de cerveza y la pista en todo lo alto de las emociones, se puso de manifiesto que la expresión del enfado mediante la ironía también puede ser incentivo de la felicidad. Al menos hasta que pasan los primeros efectos de las guitarras distorsionadas y se empieza a pensar realmente en la similitud que hay entre canciones como Que te vaya mal o Cosas que no me gustan y la vida de una. Claro que no pudo faltar la que todos estaban esperando, Tu opinión de Mierda, el lema con el que habían decidido imprimir camisetas para vender en el estand del merchandising.

Nada más terminar el bolo, que a algunos se les hizo corto, el público se lanzó a los vinilos y los discos para que los firmasen sus protagonistas mientras Jorge García descansaba de tocar la guitarra apoyado en la pared, mirada melancólica, tranquila. En el ambiente quedó una sensación de desahogo, como de haber encontrado una voz cómplice a esa actitud tan repetida: esto no nos gusta. Pero habrá que seguir.

Suscríbete para seguir leyendo